Cuando conocí lo que significaba esa palabra, habían pasado tres días desde que había escuchado un indescifrable grito que era una mezcla de horror y de ternura y que sonaba igual que una canción que había amado en mi adolescencia de Alan Parsons Proyect.
Procuro con insistente interés descifrar los sonidos que me tocan la sensibilidad, que dibujan colores y que crean escenas.
Pero al pasear entre esa niebla insistentemente espesa, sin gente, ni rastro de seres humanos pero llena de sonidos mezclados, de notas de canciones maravillosas y antiguas, sentí que mi oído se quebraba. Alguien caminaba pero no aparecía nadie a la vista, mi inimaginable especial gift de escuchar en todos los sonidos mensajes y notas, estaba especialmente agudizado, pero de repente empezó a salir sangre de mi oído. No había escuchado los pasos de ese tipo vestido de gris, con el sombrero en sus manos y una mujer me miró con una expresión hermosa y mirando mi oído con ojos deseosos de lamer mi fluido.
De repente alguien me susurró al oído, me di la vuelta, entendí todo lo que murmuraban aquellos sonidos a la vez y mi OTOPENIA había desaparecido para volver a ser ese súper poder que tantos crímenes había resuelto.
Por eso al tener ante mis ojos a esa mujer que había asesinado a sus compañeros de Máster en Física Teórica, sin casi despegar los labios me susurró que mis orejas eran lugares especiales que albergaban secretos dentro del oído interno, y que mi yunque era de un material especial El hueso más pequeño del cuerpo era en mí, un lugar de recepción que aumentaba el volumen de los sonidos más pequeños.
No dije nada, pero mientras le ponía las esposas, y le recitaba sus derechos, sonaba The Eye in the Sky de Alan Parsons en algún lugar que nadie estaba oyendo.
Yo era The Ear in The Sky sin duda.