OTROS TIEMPOS
Manuel Montesinos Moreno | MONTANO

No era el remordimiento por hacer la llamada lo que le impedía conciliar el sueño, sino su orgullo herido. Hasta entonces, había resuelto todos los casos sin ayuda. Le bastaron sus dotes de observación, su razonamiento deductivo y su olfato para dar con los culpables de la comarca. Incluso en la capital de provincia alcanzó un éxito sin precedentes del que se hizo eco la prensa local tras capturar al asesino de la azada. Sus hazañas llegaron hasta el propio inspector jefe, de la Comisaría de Vallecas que tuvo palabras de reconocimiento y promesas de ascenso en el cuerpo para aquel policía que había capturado al asesino más buscado, convertido ya en una leyenda incómoda para el régimen, aunque bien utilizada, al menos, sirvió de distracción para evitar que la gente se preocupara por el hambre, los indignantes salarios y la maldición de aquellos pueblos.
Con sus propias manos lo apresó corriendo un alto riesgo para su vida, que el delincuente, parapetado en un cigarral perdido de la Meseta, le disparó varios cartuchos y casi se lo lleva por delante. En pocas horas, lo encerró en el cuartelillo con la azada envuelta en un saco de arpillera para no borrar las huellas digitales y las manchas de sangre que salpicaban el mango de madera.
Honestidad, buenas relaciones y un estómago agradecido lo habían encumbrado a lo más alto del escalafón, sin que ninguno de sus compañeros pusiera reparos. Y ahora, después de tantos años, tener que pedir la colaboración a la Brigada Central de Madrid era reconocer su fracaso. “Esos niñatos imberbes y sus estúpidas teorías empíricas”. Pensó.
En vela, resignado, se sienta en la mesa de camilla, azuza el carbón y vuelve a los informes, a las fotos de la escena del crimen y las notas de la última inspección ocular. Ni su intuición, ni sus pálpitos que, en otro tiempo, le habían consagrado, habían dado resultados en el crimen de la finca El Soplao y la investigación seguía atascada. Sus métodos estaban anticuados, decían. Eran otros tiempos. Tampoco esclarecería nada dar de hostias a los delincuentes de siempre que, por evitar más golpes, delatarían a cualquiera. A estas alturas, le dijeron al teléfono, se podían conocer muchos detalles analizando los insectos que habitaban un cuerpo en las primeras horas de la muerte y en un futuro, muy cercano, se podrán descubrir los culpables de los más horrorosos crímenes examinando un pelo, o una gota de sangre. Que los americanos ya estaban en ello, aunque aquí, esos avances tardarían en llegar. En un tiempo récord se daría carpetazo a las investigaciones más complejas aún sin resolver y al culpable se le pondría ante el juez sin demora.
El futuro estaba ahí, pero él desde la pequeñez de su pueblo sólo sentía impotencia y calor, mucho calor, que las brasas del picón había saltado a las faldillas y al bajo de su pantalón y aquello era un solano de humo.