Parte del paisaje
Benito Olmo Dominguez | Caraballo

Se han convertido en parte del paisaje. Es habitual verles a las puertas de los restaurantes, pendientes de sus teléfonos como si no existiera nada más en el mundo, a la espera del pedido que los haga ponerse en marcha. Suelen ir en bici o en ciclomotor, aunque cada vez es más frecuente verlos utilizar patines eléctricos.
Son reconocibles por las enormes mochilas que llevan a la espalda. La mayoría son de Glovo, pero cada vez más empresas. Por eso me parecen tan interesantes.
Nadie sospecha de ellos.
Le compré la mochila a uno de esos riders que, tras su jornada laboral de veinte horas, se acercó por el polígono para hacerse con una bien merecida dosis. Estaba tan desesperado por conseguir algo de efectivo que no le importó desprenderse de la mochila.
Con ella a la espalda, puedo moverme por la ciudad con total libertad sin que nadie se interese por su contenido.
Nando y Kike me ayudan a desvalijar la casa de la Marquesa. Cada uno ha conseguido una mochila de rider por sus propios medios. Es curioso vernos circular en bicicleta, en fila india. Glovo, Just Eat y Deliveroo, una comitiva que es casi una oda al capitalismo. En nuestras mochilas, todas las joyas, la cubertería y los aparatos electrónicos que encontramos en aquella casa.
Pasamos por delante de una patrulla de policía. Nos contemplan con desinterés, antes de olvidarse de nosotros. Nos fundimos con el paisaje. Me echaría a reír, pero no quiero despertar sospechas, así que lo dejo para más tarde.
Nos interceptan cuando estamos llegando al barrio.
Por desgracia, no es la policía. Los polis no tienen acento del este, ni los nudillos arrasados en tatuajes carcelarios. Tampoco embisten a las bicicletas como lo hacen ellos, sin pensar en las consecuencias. El Ford Mondeo me derriba a mí y después a Kike. Nando está a punto de escapar, pero el vehículo le da alcance y le pasa por encima.
Kike grita, no sé si de dolor o de rabia.
Esos tíos bajan del Mondeo y recogen la mochila de Nando. Después toman la mía y la de Kike. Me resistiría, pero uno de ellos me apunta con la pistola más negra y fea que he visto en mi vida. Se esfuman antes de que tenga tiempo de procesar lo que está sucediendo.
Alguien se ha ido de la lengua. Estos tipos no se tomarían tantas molestias en robar las mochilas de unos riders de no haber sabido lo que iban a encontrar en ellas.
Kike grita de nuevo, esta vez de impotencia. A lo lejos, Nando agoniza, las tripas desparramadas a su alrededor, a punto de fundirse con el asfalto y convertirse en parte del paisaje.