Un pasillo en penumbra. Un cuerpo en tensión. Roberta cierra los ojos para percibir la energía mientras intenta acompasar la respiración. Algo le impulsa a dar pequeños pasos. Muy despacio.
Su brazo derecho se acerca a la pared para tocarla levemente con la punta de los dedos. Un escalofrío en la nuca le obliga a entornar los ojos y detenerse.
A los pocos segundos sigue avanzando. El trino de un pájaro se cuela desde el exterior. Al acercarse a un marco desconchado siente una brisa fresca en el rostro. Por un instante le parece escuchar una risa infantil. Un sonido alegre, cantarín, que parece aligerar la energía del ambiente. Es Elen, sin duda, en un momento feliz.
Una casi imperceptible sonrisa se dibuja en el rostro de Roberta mientras ve a la niña jugando en su habitación. Percibe una energía luminosa, colores cálidos y rayos de sol entrando por la ventana. Hay calma y juegos y alegría.
Roberta vuelve a cerrar los ojos y se prepara para continuar su recorrido por el pasillo. Varios pasos. Una energía estancada y fría. Un vacío por momentos. Al instante, una bola de angustia se atasca en su cuello.
—Cálmate. Respira —se dice.
Elen llora, Elen grita. Elen intenta huir de unas manos enormes que la sujetan, implacables.
Roberta intenta controlar el latido de su corazón desbocado. Vence el instinto de taparse los oídos. No soporta los gritos. Una gota de sudor comienza a descender por la sien mientras la respiración se entrecorta.
De pronto, silencio, oscuridad.
Intenta concentrarse mientras entra en la habitación. Un fuerte olor a orina y a deshechos le provoca una arcada. Roberta intenta buscar en su mente en la estancia a oscuras. Por un momento la ve en un rincón, en una especie de armario, encogida como un pajarillo. Sus manos se entrelazan en el pecho mientras murmura algo en posición fetal. Tiene los ojos hinchados y el pelo revuelto.
Roberta sigue avanzando animada por el hecho de verla viva.
—Al menos aquí no la han matado —se anima.
Sale de la habitación y sigue avanzando hacia el pasado. Necesita encontrar más pistas para esclarecer la desaparición de la niña.
El pasillo está cubierto por una moqueta deshilachada . Los dibujos geométricos aparecen desgastados y llenos de polvo. Las paredes, desconchadas, parecen querer cerrarle el paso. El aire es denso. Huele a cerrado y a viejo. Es extraño pensar que aquí ha vivido una familia en algún momento, que alguien pudo ser feliz en este escenario.
Roberta sigue su camino. Al final del pasillo ve una puerta cerrada. El aire parece asfixiarle, pesado como el plomo, mientras el sudor le baja por la espalda y humedece su camiseta. Cuando toca el pomo de la puerta, un grito desgarrador le hace dar un brinco. Es un grito de adulto. No es de Elen.
Roberta se gira desconcertada intentando entender, tratando de descifrar el enigma. No, Elen no ha muerto aquí.