Nunca pensé acabar allí. Una nube de gas me devolvió a la realidad. “Irene, concéntrate. Solo tienes un objetivo” Se me acercó, con un andar garboso. “¿En qué puedo ayudarte?”. No pude articular palabra, únicamente sonreía torpemente. Ella adivinó, “Has venido por el trabajo”. Asentí y le entregué mi currículum. “No necesitas papeles. Sígueme, te presentaré a tu compañera”. Atravesamos el pasillo ante las miradas escrutadoras de la clientela. Me condujo hasta el fondo del local y me dio una escoba. “No hay que tener un máster para manejarla, ¿verdad, guapa?”.
Así me inicié en la pirámide laboral como “chica para todo”. Transcurrido un mes, se presentaron dos policías, no uniformados, sino con esos trajes de segundas rebajas de alguna marca conocida. Interrogaron a la jefa, Anna. Tres de sus clientas habían desaparecido en los últimos dos meses. Respondió a todo sin titubear: última cita, tratamiento, forma de pago. La policía abandonó el establecimiento satisfecha. Sin embargo, confirmé que estaba en el lugar y momento adecuados.
Una clienta salió corriendo repentinamente, su diminuto perro ladraba como una jauría enfurecida. Por desgracia, hizo que todos los productos cayeran al suelo, me agaché para recogerlos, pero Anna me lo impidió cortante – “No los toques, son especiales”- No le concedí importancia, aunque me sorprendió que se los llevara inmediatamente a una habitación cuya existencia desconocía. Regresó para atender a las dos parroquianas que esperaban con el pelo húmedo. Una vez terminado el tratamiento, sacó del armario otro bote de laca. . No entendía por qué había retirado los otros, estaban en perfectas condiciones.
Mi mayor defecto consiste en que nunca lo dejo estar y cuando algo acecha mi imaginación, debo liberarla. Además tenía un propósito que me había conducido hasta allí. Al día siguiente tuve ocasión de satisfacer mi curiosidad. Mientras Anna hacía unas diligencias burocráticas, me quedé sola a la hora del almuerzo. No había nadie, así que aproveché la oportunidad para examinar la habitación misteriosa. Abrí la puerta, el terror atenazó mis sentidos. No sé cómo marqué el teléfono de la policía, logré balbucear la dirección. Inesperadamente, Anna regresó al salón. Nos miramos un instante, fue demasiado rápida, me roció con un aerosol. Me inundó un olor a almendras amargas y me desplomé.
Afortunadamente, apareció la policía y la detuvieron. Horas después, desperté en el hospital con un fuerte dolor de cabeza y un extraño sabor de boca. Según me informaron, una de las cabezas que encontraron en la macabra habitación pertenecía a mi hermana. Se hallaron otras cabezas en distintos estados de putrefacción, cubiertas con cabellos teñidos con tinte 7.4, pelirrojo luminoso. Las pesquisas les llevaron a identificar a las víctimas de Anna. Si se preguntan por qué sigo viva, gracias a la anemia, mejor dicho a la B12 que ingería religiosamente todos los días y que actuó como antídoto del veneno en spray. Durante el juicio Anna insistía en que no había sido ella, sino que las había matado el mal gusto.