PENUMBRA
Shira Perez Aragon | LOU

En un lugar cualquiera en mitad de la nada salen los demonios a pasear, para poder ver tu sombra y saber si también, pueden estar en ella o ser parte de ti. Te ven, te vigilan, te observan, quieren saber quien eres y cuando menos te lo esperes, sin que te des cuenta, ya será demasiado tarde.

En mitad de la niebla en la que solo se veía un faro al fondo de la travesía, un bote casi a punto de encallar como sus pocos tripulantes. A lo lejos, se disipaba una luz que les indicaría el camino hacia una aventura, de igual perdición que la que ya venían intentando olvidar.

Era de noche y estaban aterrados, desencajados. Aquello tenía hambre. El bote estaba ruinoso, no sabían si les atacarían de nuevo. Menguó el número de tripulantes hace días, ahora tan solo quedaban tres.

El bajar y esperar a su destino ante la penumbra, sin saber que seres les depararía la noche, al menos seria en suelo firme y podrían esconderse. Tenían hambre, sed, pensaban si el morir congelados, habría sido mejor que dejarse llevar por aquello que, no veían entre la niebla y les aligeró hacia la orilla.

No muy lejos, un detective en el fondo de una botella, pensaba si daría con la pieza que explicaría porque se encontraban restos humanos cerca de una barca en la playa. Han sido varias veces de ello. Había leído leyendas pero se negaba a que fueran reales, ¿pero que si no?, ya que no había prueba alguna de que pudieran ser víctimas de otro humano, puesto que los trozos de cuerpos estaban desgarrados unos de otros. Casi ni se podría identificar a quién pertenecía cada uno o que era ese trozo. Aquello era inhumano. ¿Pero cuánto de ello sería real? ¿Qué ser sería capaz de aquello? Esas leyendas es lo único que lo explica.

En ese momento ve una sombra alrededor. Rápido desenfunda su revólver e intenta apuntar, lo mejor que el grado de alcohol le permite ver, pero solo ve unos ojos rojos en la sombra. Asustado y paralizado vuelve en si, cuando oye a lo lejos a tres personas bajar de un bote. Al intentar advertirles de que no era buena idea, empiezan a aparecer una sombra tras otra. Empieza a haber gritos, sangre y carne despellejada aquí y allá. De repente lo tuvo claro, vio la leyenda que tanto se negaba a creer, una mujer errante de cabellos largos que deambulaba por la orilla. Tenía los ojos rojos igual que la que vio hace un momento, aquel ser, parecía que solo tenía hambre de gritos, sollozos y dolor. Las sombras la ayudaban o mas bien la dejaban restos de su víctimas con las que jugaban y se alimentaban hasta que llegaran a ella. En ese instante el detective apunta hacia las sombras, donde al destello de un revólver, que solo se apagaba en una vuelta de una décima de segundo, es donde el dolor coge forma y sonido.