Pequeñas aves migratorias
Francisco López Garbayo | Pancho

Querida Helga,
Me rompe el corazón escribir estas palabras, pero ya no puedo esconderos durante más tiempo. Estoy seguro de que cuando leas esta carta comprenderás los motivos de lo que digo. Te has convertido en toda una mujer, y lo que es más importante, en una heroína para tu hermanita; mi pequeño colibrí. Son más de las que quisiera admitir las noches que he permanecido junto al hueco de la chimenea escuchando las canciones de cuna que concilian a tu hermana con el sueño.
Quizás fui un iluso pensando que podría pasar desapercibido si mantenía un perfil bajo en la Sicherheitspolizei, pero los ojos de la Gestapo están por todas partes. Comprende, estimada Helga, que prometí a vuestro padre que os mantendría escondidas siempre que vuestra seguridad no estuviera en peligro, y puedo afirmar que aquí ya no estáis seguras. Es tal el pánico que siento en este momento que no me atrevo siquiera a contarte esto con palabras, pues desconfío ya hasta de los ratones.
Todo comenzó hace un par de días. Recibí una llamada de mi superior, habían encontrado el cadáver de una joven actriz cerca de la estación de la calle Putlitz. Lamento ser tan explícito, pero necesito que comprendas por qué debéis marchar. La joven era Ada Heynes, la hallaron decapitada en un parque cercano bajo la sombra de una acacia marchita. En su mano sostenía una hermosa rosa blanca, tan pura como la sonrisa de un niño. Traté de acercarme, su rostro parecía tranquilo, ajeno al vacío dejado por su cuerpo. No presentaba síntomas de resistencia ni de forcejeo, pero en Berlín las heladas noches de febrero permiten encontrar rastros con cierta facilidad, y aquella noche unas huellas marcadas en el raso me hablaron de un grupo de hombres armados y organizados.
La rosa. Ese fue mi error, preguntar por la estúpida rosa. La respuesta del kriminalkommissar fue como un escupitajo: “algo de pureza para una Mischlinge”. Mi error fue mínimo, pero suficiente. Aquel segundo en el que no fui capaz de esconder mi repulsión me condenó. Nos condenó.
Se dio cuenta. Estoy seguro. Llevan dos días siguiéndome. Lo saben.
Marchaos, hoy mismo, una vez pasada la medianoche. Encontraréis la verja del patio trasero entreabierta. Dirigíos al zoo, aquel que visitamos por tu cumpleaños; nos hinchamos a comer caramelos y luego te dolía la barriga, ¿recuerdas? Buscad a Otto, cuando estéis seguras de que es él, y solo entonces, decirle estas palabras: “ave migratoria”. Nadie más puede oíros. Él se encargará de poneros a salvo. Tened cuidado con…
Ya están aquí. Guardad silencio. La puerta aguantará unos minutos. Abraza al pequeño colibrí de mi parte. No salgáis del escondite. Otto, ave migratoria. Guardad silencio. Ya están aquí. Ya están aquí. Una rosa blanca me espera.