Pequeño pajarillo
Mercedes López Toral | Nala

Atónito mira su reflejo en el espejo, unos preciosos y característicos ojos azules verdosos le están mirando desde el fondo. Un azul frío como el hielo y letal como el filo de un cuchillo. Se gira lentamente y se arrodilla ante ella, ha perdido la batalla, jamás lo habría pensado y ahora que lo ha descubierto no sabe qué hacer, le falta el aire y su pecho sube y baja en busca de oxígeno. La ansiedad es cada vez mayor al igual que su miedo. Ella se le acerca dulcemente y le propicia un abrazo, el terrible abrazo de la muerte, pues sin compasión le ha clavado en el estómago el gran sable que sujetaba entre sus pequeñas manos. Suena una carcajada feliz y terrorífica que retumba en el eco de la habitación junto con unas escalofriantes palabras: “Tu pequeño pajarillo no te echará de menos”
Hace una semana:
Óscar se despiertó alterado y miró el reloj, las 3 de la madrugada. Desde que comenzaron los asesinatos no podía dormir. Sus compañeros del cuerpo de policía no lo entendían ¿Qué relación podría tener el asesino con él? ¿Por qué estaba matando a todo aquel que lo rodeaba?
Óscar observa apenado el otro lado de la cama, su mujer Lisa fue asesinada también hace varios días, la extrañaba mucho. Lisa y Óscar tenían una preciosa niña de 9 años llamada Ania y tras los escabrosos asesinatos se habían mudado a aquella bonita y acogedora casa que en aquel momento se encontraba custodiada por una patrulla de policía. Óscar no se encontraba ejerciendo, puesto que era muy probable que el asesino tuviera relación con él y estuviera cerca.
Las personas que amaba estaban siendo asesinadas. El modus operandi del asesino era el mismo, clavaba un afilado sable justo en el centro del estómago y después lo subía y bajaba abriendo en canal el cuerpo de sus víctimas. Una vez conseguido su cometido estiraba los brazos hasta colocarlos en cruz para terminar rodeándolos de plumas que se adherían al cuerpo inerte con la propia sangre. Había encontrado así a sus padres, a su mujer, a su hermana y a su mejor amigo. Tenía mucho miedo que le ocurriese algo a su pequeña Ania, era lo que más quería en el mundo.
Una lágrima le recorrió la mejilla dejando un rastro húmedo en su piel. Una sombra hizo que Óscar saliera de su ensimismamiento. Ania se encontraba frente a él, sus ojos grandes y azules verdosos tan característicos lo miraban fijamente desde el pasillo. Óscar suspiró aliviado y con cariño dijo: “¿Tú tampoco puedes dormir mi pequeño pajarillo?”