PERRITOS CALIENTES
Pedro M. Aranda | Pedro Aranda

El recientemente graduado en periodismo, Bill Baker (o “doble B”, como le llama la que, con un poco de suerte, se convertirá en su futura esposa -aunque ella todavía no lo sepa-, Susan Henry) acaba de aparcar su coche a dos manzanas de la casa en donde se ha cometido un asesinato. La policía del condado de Baldwin ha llegado al lugar del crimen, en Orange Beach, hace apenas una hora. Un chivatazo a la redacción del Birmingham Journal ha permitido que la prensa se entere de la noticia. Afortunadamente para el director del periódico, alguien de su equipo, el novato Baker, se encuentra disfrutando el fin de semana de vacaciones en la playa, y, si se da prisa en llegar, va a poder tener la primicia.
Bill se acerca nervioso a la casa. Sabe que no será bien recibido por los agentes. En lo único que piensa es en capturar hasta el mínimo detalle de la escena del crimen. Es el segundo caso de asesinato al que acude. No quiere que le ocurra como en la primera ocasión, que pasó por alto entrevistar un gran número de testigos por distraerse pensando en cómo pedirle matrimonio a Susan. Ha pasado más de una semana desde entonces, y tal y como están las cosas últimamente por casa, no parece que sea el momento más oportuno de lanzarse. Se lamenta de volver a pensar en lo mismo, y trata de quitarse a Susan de la cabeza. Por suerte para él (no para las víctimas), el olor a sangre le hace centrarse en lo que ha ido a hacer allí.
Conforme se acerca a la casa, trata de recordar la llamada que le ha hecho su jefe. Lo único que se sabe es que hay una mujer muerta sobre la cama. La casa creen que está a nombre de ella, y no hay ninguna pista de quién ha podido ser el asesino (más tarde, ese mismo día, detendrán a Louis Elliot, al que la prensa bautizará como “El carnicero de Alabama” cuando descubran los cuerpos escondidos bajo su finca). Bill consigue tener acceso a una de las ventanas, a través de la cual ve que al cadáver le falta una mano. Se pregunta en ese momento qué nivel de detalle debe contarle luego a Susan cuando vuelva para cenar. Ojalá que no sean perritos calientes otra vez, piensa.
Se mueve sigilosamente, tratando de hacer una foto a escondidas con el móvil cuando nota un pinchazo en la nuca. Al principio, un pellizco, pero luego aprecia claramente que le están inyectando un líquido. Y ya no recuerda nada más.
Bill despierta (es un decir, porque nunca más volverá a despertar) en una casa ubicada en Tuscaloosa. En realidad, solo escucha el sonido de una sierra mecánica a su alrededor, pero no tiene fuerzas para abrir los ojos. Tampoco puede mover los brazos (entre otras cosas, porque ya no tiene). Finalmente, sufre una especie de mareo.
Luego deja de notar todo lo demás.