Pheasant City
Rafael de la Peña, García-Franco | Rafita

La ciudad estaba en completo silencio. Solamente podía percibirse el leve silbido de la brisa acariciando las fachadas de los edificios. La mayoría de ellos eran construcciones antiguas de piedra a través de las cuales se apreciaba la opulencia vivida tiempo atrás.

Hacía ya años que Pheasant City había sufrido el éxodo de prácticamente toda su población. El crimen, la droga y el descontrol general llegó a tal punto que solamente quedaban unos pocos residentes. Gente que no tenía a donde ir, que principalmente vivía de la rapiña y del trapicheo. No existían ya principios en sus calles, no había orden ni atisbo de esperanza para sus habitantes.

Esa noche la calle estaba prácticamente a oscuras. No había luna y la única iluminación existente eran algunos carteles a los cuáles todavía no se les habían fundido todas las bombillas. Bajo esa tenue luz caminaba un hombre encapuchado.

El hombre se interna súbitamente en un callejón. Tiene que ir sorteando escombros mientras lo cruza. Al final del callejón encuentra a unos vagabundos que dormitan en grupo, rodeados de una montaña de basura. Sin ningún miramiento, coge a uno de ellos por la solapa mientras cruzan unas palabras. En ese momento se le puede ver el rostro. Este, está atravesado por una cicatriz que nace justo debajo del ojo derecho y baja hasta el final de la mandíbula. El encapuchado golpea al vagabundo y lo deja inmovil en el suelo. Camina hasta el final del callejón y sube a un edificio abandonado por unas destartaladas escaleras de incendio.

Entra en una vivienda por una de sus ventanas y comienza a recorrer sus estancias en busca de algo. Dentro está todavía más oscuro que en la calle. Cuando llega a lo que en su día fue el salón de la vivienda, se encuentra a una niña rubia, de unos 9 años de edad, y se miran fijamente.

– ¡Socooooorro! – grita ella al verle.

– Por fin te encuentro – dice serio el hombre mientras saca un revólver que tenía escondido dentro del abrigo.

– Socoooooorro!! ¡No me hagas nada por favor!

El encapuchado manda callar a la niña y ésta obedece atemorizada. Todavía hay sangre del vagabundo en la mano con la que sujeta el revólver. Se sienta en una silla situada enfrente de la chiquilla y permanece en silencio.

Los dos siguen estáticos cuando se oyen unos pasos acercándose… ¡Bang!

Se escucha el ruido de un cuerpo pesado caer. La niña chilla despavorida. El hombre encapuchado se levanta y comprueba que en efecto, el cuerpo al que ha disparado está cadáver. Le ha acertado perfecto en la sien.

– Lucy. Me envía tu madre, puedes estar tranquila – dice el hombre acercándose a la niña -. Ven conmigo, estás a salvo.