Había una rubia dormida en mi cama. No recordaba su cara. Para mí todas las rubias tienen el rostro de Katie Bonelli. Pero Katie es un recuerdo. Con ella pude haber sido un hombre diferente y no el pistolero a sueldo que soy. Pero se largó. Sin despedirse siquiera.
Entonces sonó el teléfono. Era Goldmann.
-Tengo un trabajito.
Me encendí un Camel mientras me daba detalles. El trabajito se las traía. De hecho estaban en el ajo varios peces gordos, la poli y el mismísimo alcalde. Debía darle matarile a un sindicalista que traía de cabeza a la patronal. Le llamaban el Profeta, un picapleitos responsable de la huelga de estibadores.
-Es un maldito comunista –dijo Goldmann.
La rubia se removió, no era Katie. Ninguna lo era. Le dejé un billete sobre la almohada y me largué de allí con la Browning semiautomática en la sobaquera.
Llegué al muelle al anochecer. Entré en un almacén lleno de trabajadores. Un tipo hablaba subido a una tribuna. Decía que debían seguir unidos, que había que resistir y que el triunfo sobre los explotadores capitalistas estaba cerca. Tenía un pico de oro. Antes de ser el Profeta se llamaba Maxwell y yo lo conocía bien. Había sido mi mejor amigo en la universidad, antes del “Crack del 29”. Él se marchó al este y le perdí la pista. Ahora había vuelto para algarear a los obreros.
Le estuve escuchando desde una esquina del almacén, tenía al personal hipnotizado. Seguía siendo el mismo líder idealista de siempre, en cambio yo… bueno, vamos a dejarlo. Al final le jalearon. El comité sindical acordó seguir con la huelga “hasta la victoria”. Antes de disolverse cantaron a viva voz “La chica rebelde” de Gurtrie.
Esperé a Maxwell en un callejón donde tenía aparcado el Sedán negro. Lo oí despedirse de los últimos camaradas y llegó a mi altura. Salí de entre las sombras. Al verme no se asustó, al contrario, me reconoció a la primera.
-¡Lenny, viejo amigo!
Me dio un abrazo, temí que notara la sobaquera. Me contó su vida; estaba casado y tenía dos hijos. Había vuelto a la ciudad aunque su mujer no quería. El pobre diablo estaba tan feliz con el reencuentro que ni siquiera me preguntó que hacía allí. Decidí dejarle con vida. Por los viejos tiempos. Además su discurso me había conmovido; le diría a Goldmann que no era peligroso.
Entonces me despedí. Le aconsejé que tuviera cuidado. El angelito pareció no preocuparse. Justo cuando me marchaba dijo:
-Tienes que venir a casa, Katie se alegrará de verte.
Me detuve.
-¿Katie Bonelli?
-Claro –dijo-. Creía que sabías que se fue conmigo al este.
No, no lo sabía. El ojo me palpitó, la Browning se removió inquieta.
……………
Goldmann, junto al jefe de policía y el alcalde fumaban un enorme puro en su despacho. Me dio un sobre abultado. “Éste es mi chico” dijo. Le pedí unas vacaciones, debía visitar a una amiga.
A una amiga que acababa de quedarse viuda.
FIN