PIZZA A DOMICILIO
ANGEL MONTEJO ARROYO | Dragonerrante

El inspector Sánchez se estremeció, no por el fuerte viento que azotaba su rostro, sino por la escena ante la que se encontraba.
Un nuevo embate del aire gélido, le obligó a subirse el cuello de su gastado abrigo, mientras se agachaba para observar el reguero de sangre seca que llevaba hasta el cuerpo descuartizado unos metros más adelante.
Una voz le sacó de cuajo de sus pensamientos.
-Vaya movida –dijo uno del equipo forense.
Sánchez asintió.
– ¿Es obra del mismo? –preguntó refiriéndose al asesino en serie que durante los últimos meses había aterrorizado a la población.
-Tiene su sello.
Su “sello”, era amputar el dedo anular de la mano derecha con anterioridad en un macabro juego del asesino, que solía enviarlo a la pareja, antes de que apareciera el cadáver.
Dos policías trataban de sujetar a un hombre evitando que accediera a la escena del crimen.
-El marido –dijo un agente
Sánchez se incorporó.
– ¿Cómo lo sabes?’
-Ayer estaba en comisaria cuando el hombre vino histérico y no era para menos. Su mujer había desaparecido días atrás –El agente se frotó las manos para tratar de calentarlas antes de proseguir. –Por la tarde alguien envió una pizza a su domicilio. Dijo al repartidor que no había pedido nada, y éste insistió. Cuando abrió la caja, junto a la pizza había un dedo anular con el anillo de matrimonio aun colocado. El de su mujer
– ¿Algo acerca del repartidor? –preguntó Sánchez.
-Nada, lo localizamos, pero solo supo decirnos que un tipo le ofreció uno de los grandes por entregar el pedido.
– ¿Alguna descripción?
-Pufff –resopló el agente. –Una que coincide con un cuarto de la población masculina.
Sánchez pensó que era la primera vez que aquel tipo había mostrado su rostro y habían tenido la poca fortuna de toparse con alguien incapaz de aportar un detalle.
Hizo un gesto a los agentes para que dejaran acercarse al marido.
Tocaba masticar, tragar y digerir más mierda.
Horas después, y con el ánimo por los suelos, Sánchez conducía de vuelta a casa tratando de juntar las piezas de aquel puzzle dando vueltas a una conjetura.
La idea que le rondaba, era que el asesino mataba a personas que habían sido infieles, de ahí el gesto de enviar el dedo con la alianza. Quizás el mismo criminal lo había experimentado en sus carnes y esta manera de matar fuera una manera de exteriorizar su ira.
Pensó en su matrimonio y se estremeció de nuevo, esta vez por el hecho de imaginar que su mujer le hubiera engañado alguna vez, y subió el volumen de la radio para no espantar aquella idea.
Aparcó y entró en casa. Su mujer no estaba y pensó en darse una ducha, pero el timbre de la puerta sonó.
-Pizza–dijo el repartidor.
Sánchez abrió dispuesto a decir que era un error, pero su instinto le hizo aceptarla y, por tercera vez aquella tarde se estremeció al comprobar que la caja no solo contenía pizza.