PONZOÑA
Dolores Asenjo Gil | Ópalo

Varón de treinta y seis años. Soltero. Profesor de secundaria; llevaba varios años en el mismo centro y era apreciado por compañeros y alumnos. Hijo único. La madre falleció hace unos meses después de una larga enfermedad. Padre desconocido. No tenía pareja, aunque parece que recientemente había conocido a alguien especial.
Aficiones: ciclismo, música, fotografía y diseño gráfico. Esto último podría explicar lo del palimpsesto. Aunque ¿Por qué tomarse tantas molestias para aprovechar una firma propia? ¿Qué puede justificar tanto trabajo para una sencilla nota de despedida?
En las fotos tomadas solo tres días antes Julio departe tranquilamente con compañeros. Muestra un rostro sonriente y relajado. ¿Qué pasó en ese breve periodo para tomar una decisión tan irreversible? Según las pesquisas realizadas no hubo ningún hecho extraordinario que pudiera justificarla.
Un tipo normal que, a simple vista, no tendría razones para quitarse de en medio. Pero ¿Quién conoce los entresijos de la mente ajena? ¡Qué digo ajena! Ni tan siquiera los de la propia. A pesar de todo este suicidio chirría.
En el móvil de la víctima hay llamadas frecuentes a Eloísa, la última el día del fallecimiento. El teléfono está apagado. Su propietaria resulta ser Brenda, una estudiante irlandesa que lo perdió hace un par de meses. No lo denunció porque era un móvil obsoleto. Tampoco lo dio de baja porque era de tarjeta prepago. Brenda afirma no conocer a Julio. Comparte piso con otras dos chicas. Una acaba de llegar para instalarse en la habitación de Nieves, que se había largado precipitadamente por un asunto familiar grave. No tiene su teléfono, no sabe dónde vive su familia. Entre sollozos reconoce que lo ignora todo de Nieves. Pese a la inverosimilitud de su declaración no dudo de que dice la verdad.
Nuevo registro del domicilio. Julio tenía hileras de álbumes de fotos. Le gustaba retratar a la madre. Hay una foto enigmática de la madre con dos niños pequeños.
El Registro Civil confirma que Carmen tuvo gemelos, Julio y Nieves.
─¿Por qué lo hizo?
─¡Por venganza! Me robó el cariño de nuestra madre.
─Pero ¡Si era un niño!
─Me abandonaron como a una mascota molesta que se aparca en la perrera. Nunca conseguí olvidar esos primeros años, los que casi nadie recuerda porque la memoria aún no está preparada para preservarlos. A pesar de las penurias fueron los más felices. Los quería tanto que rechazaba sistemáticamente a las familias de acogida. No las necesitaba, yo tenía mi propia familia. Mi mente infantil fabulaba con mil contratiempos que justificaban la tardanza de mamá en venir a buscarme. Cuando acepté la realidad la esperanza albergada se transformó en un corrosivo veneno, en una fuerza cainita que no era quien de dominar. Su enfermedad trastocó mis planes. Acabar con ella hubiese sido un regalo inmerecido, quería que sufriera. Pero alguien tenía que pagar por tanto dolor… Julio era un pobre cuitado. Me di de bruces con la realidad cuando advertí que se estaba enamorando de mí.