El cigarro, aún caliente, le colgaba del labio inferior. De no ser por el hilo de sangre que decoraba su ojo izquierdo, nadie hubiera sospechado que yacía inerte y no sentado, admirando el infinito, mientras apuraba su ultimo pitillo. Intentando reprimir el llanto, revisaba con pereza el lugar del crimen en busca de alguna prueba que me condujese al asesino. Era la peor broma para un detective, encargarse de investigar la muerte de su mejor amigo. Sólo la mejor de las suertes, da la oportunidad al asesino de ocultar su falta sin levantar sospechas.