Limpia con sumo cuidado su recién estrenado título y lo coloca en la puerta de entrada. Con orgullo mal disimulado, lo contempla, echa la llave del despacho y se dirige hacia el ascensor. En una hora ha citado a su primer cliente. Le da tiempo para tomarse un bocadillo. Con paso rápido se dirige a la tienda de ultramarinos ubicada unos portales más arriba. ¡Ding, dong! Detrás del mostrador no le recibe nadie. ¡Hola! Me pueden atender, por favor.
– Un segundo. Enseguida salgo.
Una voz femenina, jadeante y borrascosa, se va acercando desde la trastienda. El pelo revuelto, la blusa desabrochada hasta la cintura y los ojos con dos nubarrones negros que se deslizan por la comisura de su boca. Las uñas rojas como roja es la mancha que cubre gran parte del pecho.
Señora… ¿qué le sucede? No se preocupe, señora, ahora mismo llamo a una ambulancia… a la policía.
– No es necesario. No es la primera vez que me ocurre. Dígame qué le pongo y lárguese cuanto antes.
Ante él hay una mujer con el rostro deformado, que apenas se tiene en pie y con visibles signos de violencia. Por puro instinto busca en el bolsillo de su chaqueta el teléfono móvil. Ha debido de olvidarlo en su despacho: la bisoñez le ha jugado una mala pasada y, por mucho que intenta recordar, no encuentra la manera de actuar con frialdad, al igual que lo haría cualquiera de sus héroes de ficción. El investigador privado en la vida real se desmorona, palidece, se vuelve torpe y tembloroso ante su primera vez. El ser humano está hecho de cartón y se derrumba ante el mínimo soplido de un viento imprevisto.
– ¿No me ha escuchado? ¡Despabile, joder! Tengo que terminar el trabajo ahí dentro…
Imposible dar un paso, emitir algún sonido, desenredar los pensamientos y poner en orden su laberinto neuronal. La mujer le apremia, le hostiga, le acorrala como lo haría la unidad de élite de la Policía Nacional ante el intento de asalto a una oficina bancaria. El mundo al revés. Con un supremo esfuerzo, echa a correr camino de su despacho.
– Policía, ¿dígame?
A borbotones le salen las palabras. Se tropiezan unas contra otras como en un carrusel desenfrenado. Recobrada la serenidad y el teléfono, vuelve a la tienda. La puerta sigue abierta. A lo lejos, se escuchan las sirenas de coches patrulla. Con cautela, penetra en el cuarto del que salió la mujer ensangrentada. Le cuesta adaptar su vista a la penumbra. Las baldas con los distintos alimentos, en perfecto estado. El suelo como si lo acabaran de abrillantar. En un rincón yace el cuerpo de otra mujer. No respira. Se acerca más a ella e intenta reanimarla.
– ¡Alto, policía!
Cuando se va a dar la vuelta, dos detonaciones inesperadas le nublan la vista. Yo… no…
– Unidad 313 a Central. Intento de robo abortado. Repito: intento de robo abortado. Hay dos víctimas. Corto y cierro.