El tiempo termina para Laura. La maldita adrenalina hace que se desangre rápidamente. Las ambulancias están en camino y ella en el culo del mundo. No van a llegar.
Jaime sujeta su cuerpo, acaricia su rostro con la mano manchada de sangre. ¿Cuántas veces ha visto escenas como esa en series de televisión? Le parecían tan lejanas… tan irreales… Pero allí estaban.
Jaime apoya la cabeza de Laura sobre una almohada improvisada. Se levanta y corre hacia el fondo de la casa. Laura querría estar ahí, arropando a esas dos niñas asustadas, violadas, maltratadas…, pero no puede moverse.
El frío se va apoderando de su cuerpo, ha empezado por sus pies —con lo que aborrece ella tener los pies fríos—. Oye la voz de Jaime, lejos, acolchada y acompañada por el reverberar, aún, del disparo que ha dado de lleno en su estómago.
Era una misión sencilla. Entrar en la casa cuando los padres no estuviesen y sacar a las dos niñas. ¿Quién iba a contar con que el padre tuviese una pistola? El colegio había avisado a la policía al llevar más de un mes sin verlas y sin tener noticias de los padres, sin ninguna explicación, sin atender las llamadas desde el centro. Las pesquisas habían llevado, al equipo de Laura, a descubrir que las niñas estaban retenidas en su vivienda y que eran víctimas de malos tratos. Entrar, cogerlas y salir de allí. Todo se había complicado. Los padres no tenían que estar, pero él había regresado antes de la cuenta, cogiéndoles desprevenidos.
Solo Jaime y ella, no necesitaban más. Eran dos niñas, no querían asustarlas con todo un equipo, además, era innecesario. ¡Innecesario!, ¡ja!
El agujero, por el que continúa manando sangre del cuerpo de Laura, ya no lo ve tan innecesario como entonces. Había salido su “yo puedo con todo”, su “esto está controlado”, su “no necesito ayuda”. Había sido ella, pero podrían haber sido los dos o, incluso, alguna de las niñas.
Jaime regresa, se agacha junto a ella, le toma una mano. Le dice que no cierre los ojos, que la ambulancia está al caer. Mira hacia atrás. El cuerpo sin vida del padre de las niñas está a poco más de un par de metros de distancia. Jaime sabe que, si los sanitarios no llegan ya, su compañera correrá la misma suerte que el agresor.
Los ojos de Laura se cierran, trata de decir algo, la sangre también brota de su boca, ya menos, apenas le queda. Consigue balbucear, con mucho esfuerzo: “¿Cómo están las niñas? ¿Las hemos salvado?”. En sus últimos segundos de vida, es lo único que le daría paz.
—Sí, Laura, lo has vuelto a conseguir. Las has salvado. Ya nadie les hará daño. Gracias a ti.
Laura toma su última bocanada de aire, después, agradecida por haber podido ayudar a las dos hermanas, expira hasta quedarse completamente vacía. De aire. De vida.
Se marcha en paz, había nacido para salvar vidas y eso era lo único importante.