PROTECTORA
MARIA DOLORES RUANO ARENCIBIA | MAGNOLIA RAMOS

PROTECTORA
La lluvia sosegada pero constante ha calado el pavimento, que pronto se ha decorado con charcos, algunos luminosos por el reflejo de las luces de las farolas, casi ocultas entre el follaje de los árboles, sin podar desde hace años. Pese a esas pequeñas réplicas de iluminación, la calle está en penumbras y desierta.
El vigilante de seguridad camina lento, desdeñoso y aburrido de otra jornada sin acción. Pisa adrede en algún charco para oír el chapoteo, algún sonido que le acompañe y rompa la monotonía de la mansa lluvia. Al principio le gustaba esa soledad de la vigilancia nocturna, pero esperaba otro ritmo, tener algo que contarle a su esposa, quedar como un valiente solitario ante ella. Ni el más mínimo riesgo o aventura que le acelerase el pulso. Ensimismado y empapado deambula por la zona, convencido de que no hay nadie cerca. Se equivoca.
Al amparo de las sombras y un tronco ancho, una silueta se esconde. Observa al vigilante y espera que se acerque para atacarle. Esta zona se ha hecho famosa entre su gremio. Varios intentos de asalto se han visto frustrados y sus conocidos han salido físicamente mal parados, aunque el vigilante no parezca especialmente fuerte o violento, incluso parece desinteresado. Es una suerte que llueva, eso garantiza que no surjan testigos y poder aprovechar el momento oportuno, sin tener que esperar a que no pase gente. Sonriendo para sí y atento a la posición del vigilante, no se percata de otra silueta. La nueva sombra es menuda y ágil, felina se mueve segura y silenciosa hasta caerle encima, quedando sobre sus hombros y sujetando su boca para que no emita ruido alguno. Forcejean y logra morder su mano pese a los guantes que lleva, pero es rápida y técnica, le clava dos dedos en la carótida y se desploma. Sólo ve sus inmensos ojos claros antes de perder la conciencia. La pequeña sombra vencedora, vestida de negro y con pasamontañas mira hacia donde está en vigilante, ya más cerca. No se ha percatado de nada. Viene mirando su reloj. Hace lo mismo y observa su muñeca herida por la mordedura. Debe darse prisa de volver a casa antes que su marido.
Se acaba la jornada. Otro día sin contratiempos, ni anécdotas y mucho menos heroicidades. El vigilante hace el cambio de turno y toma rumbo a casa. Está calado hasta los huesos y siente escalofríos. El gran peligro de la noche, un buen resfriado.
Disfruta la vuelta a casa. El suelo mojado es un enorme espejo brillante donde bailan luces de colores. Pero aún disfruta más la sensación al abrir la puerta y recibir el olor de sabrosa sopa caliente y carne asada. Va directo a la cocina y abraza a su mujer.
– ¿Qué te ha pasado en la mano?- Le pregunta al verle la muñeca vendada.
– -Nada serio, cariño, me quemé con el horno. Cenemos…
– Con esta sopa, me salvas de vida.
– Sí, cariño, siempre cuidaré de ti.