Pues funciona
Lucas Jiménez Mateo | Lu

El tipo siniestro que venía a casa cuando me ponía enfermo y necesitaba una inyección, el practicante, hablaba muy poco o nada, sólo un lacónico buenos días sin mirar a nadie, cuando ya estaba incluso en plena faena-ritual.

Llevaba la cabrona de turno .una jeringuilla de cristal- y el arsenal de agujas, todo a buen recaudo en un sarcófago metálico donde hacían un ruido delicadamente espantoso al chocar con el metal de las paredes cuando revolvía con el dedo buscando la más apropiada para consumar el “culinicidio“.

Sus gafas culo de vaso, las ajadas patillas-pompones a ambos lados de la jeta, el pelo ralo y lacio que le colgaba en penachos alrededor de la coronilla abierta al cielo de par en par, su incisivo postizo de color dorado, todo le confería un malévolo aspecto de pirata anacrónico que me sustraía a momentos oníricos de pesadilla y castigo sin remedio ni esperanza. Y me transportaban también a mis intempestivas incursiones nocturnas que perpetraba apostado a la entrada del salón, oculto a la mirada de mi madre, en las que observaba durante azarosos minutos escenas de películas no aptas para niños, con curiosidad natural y científica.

El cruel lancero recoge el líquido de uno de los botecitos para inyectarlo en otro con solo unos gramos de polvo, agitaba la mezcla enérgicamente, lo alza con una mano e introduce de nuevo la aguja con precisión de francotirador para extraerlo de nuevo, mientras contemplo el recipiente como a un reloj, deseando que el líquido no se acabase nunca, que se detenga el tiempo o salte a un futuro lejos de aquí. Ya vacío, aprieta suavemente el émbolo hasta dejar escapar el aire y unas mínimas gotas atestiguan que todo está preparado, que llegó la hora nona.

Mi madre acaba de ausentarse para buscar algodón -el verdugo olvidó el suyo y lo necesitaba para marcar la diana aséptico-sagrada.

Entonces aprovecho para lanzar una frase que escuché en una de mis incursiones nocturnas, la cual no comprendía en su contenido pero sí que sabía de sus efectos determinantes, letales:

“Si me la clavas, se lo contaré todo a tu mujer, sabes a qué me refiero”

Importante no apartar la mirada mientras y dejar los músculos de mis facciones congelados. Esto también lo aprendí, no solamente la frase misma.

Tras mi invectiva, Julián clava la suya en mis ojos mientras el émbolo llega precipitadamente al final de su recorrido por un exceso de fuerza derramando todo el líquido por la mesa.

Tuerce el gesto de su boca que torna en una mueca que conjura una suerte de perplejidad y derrota. Recoge sus bártulos sin orden ni concierto y precipitadamente sale de casa como alma que lleva el émbolo…

Y mi madre, algodón en mano, me pregunta al regresar:
-¿Y Julián? ¿Qué hace la puerta abierta de par en par
– Se ha marchado de pronto sin más, una urgencia creo. Pero se despidió de ti. Me dijo no sé qué de “La madre que te parió, enano cabrón”