Llego a casa. Entro. Miro y lo que veo me sorprende. Me temo lo peor. Empiezo a ver desorden. Lo primero que veo, delante de mí, es un cuerpo descuartizado en mitad del salón, sin sangre. Extremidades desperdigadas por la habitación. Papeles revueltos por el suelo. Agua de una jarra goteando cae de la mesa al suelo, confluye en un charco. Cristales esparcidos, media botella sobrevivió, la otra media no corrió la misma suerte. Las cortinas están desgarradas. La alfombra llena de barro. Los cojines del sofá tienen unas marcas extrañas, parecen unas garras. Mi siguiente pregunta es ¿qué ser tan despiadado deja el lugar del crimen así?
Me llamo Clau y trabajo como detective privado cuando mis obligaciones reales me dejan algo de tiempo libre.
Estoy delante de tres sospechosos altamente peligrosos en una sala de interrogatorios (al final del pasillo a la izquierda). Investigo mi caso.
Miro al sospechoso que tengo enfrente. Caracterización extraña. Ojos muy llamativos y orejas grandes, boca torcida -quizá de alguna pelea-, le gusta que le llamen Ms. Chips y la verdad que el nombre es muy acertado. No me dice nada. No contesta mis preguntas. Ni se inmuta.
Voces a lo lejos me llaman.
Sospechoso número dos o como he decidido llamarlo “el de la derecha”. Este sospechoso es un recién estrenado, nunca antes se le había sometido a ningún interrogatorio. Parece inquieto, no deja de moverse y eso me irrita, me irrita mucho. Tiene cara de no haber roto un plato en su vida. Pelo corto, piel clara, con manchas, ¿quizá una enfermedad de esas de la piel?, uñas que parecen garras. Lo llamo por su nombre, le pregunto y solo recibo una sonrisa.
Escucho una voz en un tono más alto que la vez anterior, me vuelve a llamar. Es mi superior. Hoy no le he hecho mucho caso.
La sospechosa número tres es la típica barbi de ciudad. Rubia, ojos claros, tacones de aguja y vestido de tirantes, pañuelo en el cuello, bolso de asa corta rojo y pintalabios a juego. La perfecta ama de casa -solo le falta el Ken- pienso. Conduce un coche rosa descapotable, encontrado cerca de la escena del crimen. Otra que opta por no contestarme, tampoco se mueve.
Está siendo un interrogatorio difícil. Nadie suelta prenda. No contestan a las preguntas y sus miradas vacías miran a la nada. Miro el reloj. Ya han pasado más de 50 minutos. Se acerca el final de la tarde y no ha sido una tarde productiva. Acabará el día de hoy y no resolveré este caso y eso me pone muy triste. Hemos tenido una pérdida importante en la familia y estos cabritos no me van a esclarecer nada.
De nuevo escucho la voz de mi superior. Esta vez más cerca. El tono parece enfadado. Me giro. Mi superior ha entrado. Le miro a los ojos, nos quedamos en silencio. Sale de la habitación.
Escucho alejarse la voz potente de mi madre “¡Claudia, la cena se enfría!”.