PURA ENTELEQUIA
ESTEBAN TORRES SAGRA | CANDICE RENOIR

Mi esposa me viene notando rarezas y comportamientos extraños, pero sé que lo achacará, en caso de interrogatorio, al estrés de mi reciente jubilación, ganada tras treinta años en la comisaría.
Ese es el motivo por el que conozco a la perfección los métodos de mis antiguos compañeros -algunos procedimientos los inventé yo- y también las carencias y vicios que indefectiblemente cometen -cometíamos- en cada caso que se sale un poco del guion.
Lo que pasa es que en España se mata poco y mal, por eso, en las primeras pesquisas aparecen indicios de sobra para detener y condenar al homicida. No se pone pasión, ni entrega, ni se cuidan las formas. (He de añadir que adoro la sofisticación británica.)
Ser ideólogo de un homicidio es sumamente difícil: atar todos los cabos, hacer coincidir los acontecimientos con la frecuencia idónea sin levantar recelos, pasar desapercibido al visitar el escenario con anterioridad para prever los posibles imprevistos, no resulta precisamente sencillo ni gratificante.
Lo llevo preparando desde hace un par de semanas -podría hablarse de premeditación y alevosía como agravantes en caso de que algo saliera regular y el Jurado no fallase a mi favor- cogiendo ideas, eligiendo el marco y el arma del crimen con precisión, diseminando pruebas inculpatorias por todo el área que la policía vaya a perimetrar luego, y desmontando las posibles coartadas de cada sospechoso para enredar la trama.
He descubierto que en las siguientes semanas la niebla será aliada de la noche, por lo que no tengo más que determinar ya la hora y la fecha exactas en que considere ejecutarlo.
Solo me falta el móvil: no tengo ninguno y además el plan es pura entelequia, lo que complicará a la policía relacionarme con los hechos.
La víctima ya está citada. No puede imaginarse que es una trampa mortal, después de tantos años de camaradería, dadas las débiles coordenadas y la forma de contactar para fijar el encuentro. Todo desde un móvil de prepago, sin rastros digitales, como hilos de una moderna Ariadna, de los que tirar para llegar a la madeja.
La cosa empezó, hay que reconocerlo, por culpa de internet y de tanto tiempo libre como tengo ahora. Así, si no hubiese leído el dichoso anuncio, me estaría dedicando a otros menesteres; aunque, reconozco que no me gusta jugar a las cartas ni pasear al perro.
Aquel anuncio de restaurantes Lamucca despertó algo en mi interior y fue el detonante para lo que se ha convertido en una obsesión desde entonces.
Por fin hoy, veinticinco de febrero de dos mil veintitrés, ya no le doy más vueltas a la idea y enciendo el ordenador. Lo peor es que no puedo contárselo a nadie para no convertirlo en cómplice y minimizar la sorpresa.
Cabría demorarlo un poco todavía y seguir perfeccionándolo, pero no, tras repasar lo escrito, corregir los errores groseros y después los casi imperceptibles, me dispongo por fin a enviar al certamen mi microrrelato.