¿QUIÉN LLAMÓ ANTES?
Adelina Gimeno Navarro | Sotein

Despertar, desperté igual que cada día, el espejo hacía justicia de mi rostro, ojeroso y pálido, parecía un ser de otro mundo. Escuché alboroto en la calle, asomándome a la ventana y allí estaban, pensándolo mejor, donde siempre, en aquella esquina, la comisaría de policía.
Pero esta vez se veían nerviosos, salían y entraban mirando al edificio que tenían enfrente. La verdad era que también siempre allí, en la calle, en la sombría vía, ocurrían casos de los que nos hacían partícipes al vecindario.
Me preparé la cafetera, aquella iba a ser una noche larga, bueno, igual de dura que otras, pero esta vez había un motivo. Ahora el protagonista no era el camello, ni el que consumía, tampoco el de la pelea callejera, estaba seguro de que pronto…, bueno, no quería suponer antes de tiempo, pero seguro qué sería una noche larga…

Unos días antes…
Eran las diez de la mañana, y Toni volvía del trabajo, era pronto, pero es que era panadero y tenía que descansar, por lo que dormir durante el día era una tarea imposible, y una auténtica batalla perdida, se lamentaba él.
Verano, ventanas abiertas, gentío en el exterior de sus casas aliviando las tórridas temperaturas y un vecino al que le gusta Beethoven.
La música ya se escuchaba al doblar la esquina, allí los colegas de la pasma, reían al verme camino de casa, sabían de dónde venía y que era preciso descansar. En unas pocas horas sonaría de nuevo el tono del móvil indicándome que tenía que ir a trabajar, pasé por delante de ellos y saludé, ser cortés, no quita lo valiente.
Puse la llave en la cerradura e intenté abrir, pero llevaba días que se atrancaba, llamé pidiendo perdón y el automático me abrió. Subiendo a pie hasta el primer piso y dejé así la talega con el pan en el picaporte de la puerta del vecino melómano, encargo diario, terminando hasta mi casa en el ascensor para no perder ni un minuto de mi necesario descanso.

Días después…
De nuevo una jornada de trabajo me esperaba, y debía de apurarme, me había dormido, no me pasaba desde los principios, de joven se aguanta de todo. Pero llegaría a tiempo, dos calles y otra noche más metido en harina, nunca mejor dicho.
Aquellos dos días fueron de una tranquilidad extrema, solo me molestaron cuando subieron preguntándome que, si conocía al vecino de abajo, a lo que les dije que sí, pero que si lo llamaban al orden que no fueran muy duros que la música no molestaba tanto.
Entonces quien escribía lo que yo iba diciendo, levantó la cabeza, me miró fijamente, preguntándome…
—¿Es usted panadero?