Quién vigila a los vigilantes
Rosa Emilia Ortiz Rejano | Emilia Ortiz

Comisaría de policía, fin de la jornada laboral del turno de tarde. Un grupo de policías de la brigada de homicidios y desapariciones conversan.

— Chicos este finde a qué hora habíamos quedado, ¿A las once en el parque? — Dijo Carlos.
— Sí, yo llevo la barbacoa — Responde Natalia.

José apaga su ordenador y se une a la conversación.
David, indignado, se acerca al grupo con un periódico en la mano. Una noticia sobre un vecino muy querido que ha desaparecido, levanta ampollas.

— ¡Lleva tres días desaparecido y no hay rastro de él, parece que se lo haya tragado la tierra! — Exclama David. — Es que no entiendo cómo le ha podido pasar algo a este hombre. Es un tío legal, padre de familia, que lo único que sabe es trabajar y ayudar a todo el que lo necesita. —

José responde a la indignación de sus compañeros alegando su descontento por haber sido relegados de la dirección del caso, tomado por una unidad de la capital. Reclama que su unidad conoce mejor a los habitantes del pueblo. David se extraña de que alguien del pueblo sea el responsable, ya que es apreciado y respetado por todos. José se da cuenta de su error y, estoico, decide abandonar la comisaría.

— Bueno, nos vemos en la barbacoa. Hasta el domingo. — Se despide

José se dirige a su casa, abstraído en sus pensamientos. Recuerda el último capítulo de la serie que está viendo. Organiza mentalmente su cena.
Un grupo de ancianos le saludan a lo lejos. José les devuelve el saludo.
Llega a su portal y se cruza con una vecina que le agarra la mano de forma amistosa.

— Menos mal que os tenemos a vosotros protegiéndonos. — Alaga la vecina.

José sonríe tímidamente y continúa su camino. Sube las escaleras y se detiene antes de abrir la puerta. Juguetea con el llavero y entra.

Deposita las llaves en la mesa y coloca su chaqueta en una silla. Se dirige a la última habitación de la vivienda. Sus pasos retumban por el pasillos, como latidos, firmes y definidos. La oscuridad se funde poco a poco con su cuerpo hasta camuflarlo. Un débil haz de luz escapa por debajo de la puerta. Abre y en el centro de la habitación se encuentra maniatado y herido en una silla el vecino desaparecido.

José esboza una sonrisa y se remanga su camisa.