QUIERO DE TI
María Ramírez | Deluna

QUIERO DE TI

Habíamos quedado para cenar. Hacía tiempo que me sentía atraída por él. No era el típico hombre musculoso, alto y guaperas, pero había algo en él que mi imaginación volaba al verle.
A él debía pasarle lo mismo conmigo, por que aquel día al pie de la escalera que subía a la primera planta del edificio me encontré de frente con él, nos saludamos y antes de seguir nuestro camino le mencioné que tenía algo que decirle, pero era preferible que se lo susurrara al oído. Me acerqué lentamente a su oído y suavemente le susurré que quería hacer el amor con él. Pensé que daría media vuelta y me dejaría allí plantada, pero me sonrío y quedamos.
Durante la cena y, entre copa y copa, nos hicimos alguna que otra confesión. No llegamos a los postres, pagamos y nos fuimos a buscar un lugar donde poder dar rienda suelta a nuestros deseos.
Subimos al coche. Él condujo hasta llegar a la costa. Con el calor que hacía esa noche era una buena opción. Llegamos a una pequeña playa esta quedaba alejada del tumultuoso jaleo de los turistas. Los dos bajamos del coche y nos acercamos a la arena.
Allí los dos solos, con el sonido de las olas de fondo, no pudimos reprimir más nuestro deseo.
Sin poder resistirse por más tiempo, besó mis labios y devoró mi boca.
Lentamente su boca se deslizó suavemente por mi cuello, su lengua serpenteaba ágil hasta llegar a mis pechos.
Su lengua me acarició primero un pezón hasta endurecerlo y después, se dedicó a hacer lo mismo con el otro. Ávida de deseo y anhelante de saborear su dulce néctar le entregué mi cuerpo.
Hambriento y entre jadeos, me confesó que le volvía loco, que me deseaba desde la primera vez que me vio.
Mis labios buscaban los suyos, nuestras lenguas se enredaban, el calor nos asfixiaba. Embriagado por la pasión, deslizó su mano por debajo de mi falda arrancándome el tanga, sentí el calor de su mano entre mis piernas, buscando el fruto de mi ser, no dije nada, no podía decir nada, tan solo jadeos de placer emergían de mis labios.
Sus fuertes manos me sentaron sobre él. Le quité la camisa y clavé mis uñas en su espalda, eso le produjo un dulce dolor que le excitó, que le estimuló. Su respiración cobró un ritmo acelerado al sentir el calor de mi cuerpo, estaba ansioso por tomarme, su dura erección lo delataba.
Le desabroché el pantalón liberando la bestia que ansiosa anhelaba salir. Noté su glande inflamado, grueso y apetecible.
De una sola embestida introdujo su pene en mi rosada abertura que se abrió glotona y voraz.
Sus embestidas, cada vez más fuertes, más hondas, buscaban el sabor del dulce placer. Nuestros jadeos se mezclaban con el tibio aliento de nuestras almas, en un rítmico compás de dulces descargas de lujuria.
Después de esa noche la espera para estar juntos se nos hacía desesperada.