RAÍCES
Aránzazu Díaz Huerta | Blanche

Cuando mi madre me llamó para decirme que mi padre llevaba dos días sin aparecer por casa, cogí mi portátil y puse rumbo al pueblo. Aunque mi padre arrastraba una depresión severa desde la muerte de mi hermano hacía ya cinco años, nunca abandonaba sus labores en la huerta, de hecho, era lo único que lograba mantenerlo mentalmente a flote.

El coche se abrió camino bajo un cielo amenazante de lluvia –algo habitual en Asturias–, así que ascendí con cuidado hasta llegar a la villa. Todo parecía igual que siempre, salvo por un cartel que anunciaba la próxima construcción de un complejo de viviendas de alquiler rural. Mi madre aguardaba en el porche.
–¿Alguna novedad? –pregunté mientras la abrazaba.
–Ninguna, fía. El lunes dijo que iba a dar una vuelta por el pueblo, y hasta ahora. Estuve preguntando en el bar, y dicen que no pasó por allí. No estuvo ni en casa del tu primu –respondió mi madre entre sollozos.

Al entrar en la casa, fui consciente del caos en el que mis padres habían vivido todo ese tiempo. Me dispuse a revisar todas las cartas que tenían amontonadas en la mesa de la cocina. Nada relevante, facturas, recibos de la luz… Pero entre aquella amalgama de papeles, hubo uno que llamó mi atención. Se trataba de una antigua escritura de mi familia paterna.

–Mamá, ¿qué hace esta escritura aquí?

–No lo sé, fía. De les coses de papeles se encarga tu padre.

Cuando al fin logré descifrar la caligrafía, una punzada cruzó mi estómago como un rayo. Guardé el papel en mi chaqueta, y salí disparada al pueblo.

El cartel que había visto al llegar, tenía el nombre de los constructores: Del Valle, S.L. Todavía recordaba a Román, era un primo lejano de mi padre que vivía en una casona de piedra que aún mantenía los vestigios de riqueza del pasado.
–Vaya, vaya, si es la periodista. ¿A qué se debe el honor? –indagó Román con su característica jocosidad–. Anda, pasa, que te invito a un vino.

–Supongo que ya lo sabes, pero mi padre lleva dos días desaparecido –dije mientras cruzaba el portalón de madera maciza.

–Sí, tu madre estuvo aquí. Es una desgracia, pero esa maldita depresión… No quiero ser pájaro de mal agüero, pero tu padre no era el mismo desde lo de Joaquín, y ya sabes cómo acaban estas cosas… El monte, este dichoso clima… pueden nublarle el juicio a uno.

–Tienes razón, y pensaba como tú hasta que encontré esta vieja escritura. El terreno del que habla es el mismo sobre el que vas a construir las casas rurales. Imagino que estás al tanto de que el heredero es mi padre.
El rostro de Román se tornó en una mueca siniestra, y mientras la realidad se desdibujaba al mismo tiempo que mi copa estallaba en el suelo, lo escuché como un susurro: »siempre le dije a tu padre que tenías espíritu de periodista, una pena que tu carrera termine aquí».