Cuando la policía llegó la habitación ya respiraba sangre.
El cuerpo del anciano yacía sobre un inmenso charco rojo, con la cara desencajada y los ojos abiertos. A su lado, sentado en el suelo estaba yo intentando dar sentido a lo que había sucedido en los últimos 30 minutos.
Todo cambió tras el accidente. Marta fue embestida por un coche mientras cruzaba el paso de cebra de la Calle Echegaray. Serían las 7 de la mañana. El coche se dio a la fuga y nunca fuimos capaces de encontrarlo. Marta quedó tetrapléjica y yo dejé mi trabajo, realizando algunos cursos de fisioterapia que me permitieron ahorrar en sus cuidados y ganar algún dinero dando masajes de forma esporádica.
Un día cualquiera un vecino me comenta que un antiguo compañero de trabajo estaba buscando fisioterapeuta porque sufría de fuertes dolores en el cuello. Don Cosme no disponía de mucho dinero y yo suplía mi falta de experiencia con unas tarifas más que competitivas.
– La edad no perdona muchacho. Ya te darás cuenta.
El primer día con Don Cosme y justo cuando iba a comenzar el masaje alguien gritó mientras golpeaba con violencia la puerta.
– Tranquilo. No se preocupe. Ya abro yo. A ver qué tripa se le ha roto a ese energúmeno.
Conforme me acercaba los golpes y los gritos se hacían cada vez más pronunciados.
– ¿Quién es?
– ¿Qué quién soy? ¿Quién coño eres tú? Sé que ese viejo tramposo está ahí y me importa muy poco quien esté con él. Tiene que pagarme. ¡Joder! – Gritó mientras golpeaba la puerta con tal intensidad que instintivamente me eché hacia atrás. – Dile que Blas está aquí. ¡Díselo y no intentéis joderme!
Cuando volví a la habitación Don Cosme me esperaba sentado sobre la camilla, cabizbajo y con la toalla sobre los hombros.
– Tuve un problema serio y no me quedó más remedio que aceptar su carísima ayuda. Le pagué todo, aunque tarde y ahora me pide los intereses. Espera un minuto a que me vista y ábrele, sí no, no se marchará.
En cuanto abrí, una inmensa mole entró como un elefante en estampida, empujándome y dejándome tirado a un lado de la entrada mientras corría pasillo arriba hacía el salón cerrando la puerta tras de sí. Era evidente que ya conocía la casa.
– Mira que te avisé con lo de aquella zorra. ¿Te crees que es barato hacer desaparecer un coche? ¡Puto viejo! Apuesto a que venías de una de tus fiestas con putas, borracho como una cuba. Tuviste suerte que nadie te viera. La Calle Echegaray no es precisamente la más tranquila.
Un latigazo recorrió mi espalda. Aquella mañana. El atropello de una mujer. La huida. Calle Echegaray. El coche desaparecido. Marta.
Corrí a trompicones hacía el salón no sin antes agarrar un cuchillo de la cocina…
Caí al suelo lleno de sangre y comencé a llorar. A lo lejos pude escuchar como unas sirenas de policía se acercaban hacia allí.