REENCUENTRO
Gloria Arcos Lado | Selene

Hacía cinco años que no le veía. La vida había separado nuestros caminos, pero no importaba.
Nuestra amistad y la camaradería compartida hacían que nos sintiéramos como hermanos.
Lo que no sabíamos es que aquello iba a cambiar nuestra relación para siempre.
Iba conduciendo mi viejo citroen, que me dejaba a veces tirado en la carretera, como en aquella ocasión.
Estaba abriendo el capó como si supiera arreglar la avería, cuando
no tenía idea.
De repente, otro coche frenó cerca de mí y nos reconocimos enseguida:
» Manuel, creo que estás en un apuro pero tampoco entiendo de mecánica. Si te parece aparcamos bien y buscamos el mecánico más cercano. Yo te llevo».
Me senté a su lado y empezamos a ponernos al día mientras dejábamos atrás pueblos sin talleres.
Cuando habíamos recorrido veinte kilómetros decidimos pararnos en un bar de carretera para preguntar y tomar algo.
Pero en el local había una pandilla de moteros de los Ángeles del Infierno, pasados de copas y con ganas de bronca.
En cuanto nos vieron, uno de ellos tropezó con Manuel y otros dos que estaban jugando al billar me agredieron con los tacos.
Nos recompusimos como pudimos y como no podíamos librarnos nos preparamos para la pelea mientras el dueño del bar
nos echaba a la calle.
Y aunque éramos dos contra tres, nosotros estábamos sobrios y en mejor forma y éramos más jóvenes y fuertes .
La pelea se fue poniendo dura. Llevaban cadenas, barras de metal, tacos de billar y grandes anillos que nos podían hacer mucho daño.
Pero Manuel era karateca y yo había estado en el ejército.
Luchamos contra ellos y a dos los dejamos bastante maltrechos por lo que optaron por huir en sus motos. El otro, más gallito y fuerte, cogió una barra de hierro y se enfrentó a los dos.
Pero con tan mala suerte que tropezó y se golpeó mortalmente contra un bordillo.
El dueño del local llamó a la policía que se presentó media hora después.
Asombrados por el resultado de aquella pelea solo repetíamos:
«Es una pesadilla. No puede estar pasando».
Enseguida los agentes nos sacaron de nuestro grado de incredulidad y procedieron a interrogarnos por separado.
Pero el nerviosismo y las consecuencias terribles de la pelea hicieron que entráramos en pequeñas contradiciones.
Así que nos llevaron detenidos para averiguar si había sido un infortunado accidente o si se trataba de un homicidio.
Antonio aseguraba que yo había sido el último que había tocado a la víctima y yo afirmaba que se había tropezado.
Tras firmar nuestras declaraciones e interrogar al dueño decidieron que no merecíamos pasar por la cárcel por culpa de un delincuente borracho y nos dejaron en libertad.
Antonio me llevó hasta mi casa en medio de un sangrante silencio.
Al llegar allí nos despedimos con un simple : «Adios» sabiendo que nuestra amistad se había roto para siempre.