Registro de pasaporte
jose ramon villaverde garcía | jose ramón

Una mujer rubia, henchida de tormentas ganadas, se apeó del último vagón cuando la noche despuntaba. Atendía al nombre de deseo, siendo su apellido perdición. Sus tacones maltrataban el asfalto por cada pisada y su mirada, como impactante destello, martirizaba de amor cautivo a aquel al que se la tuviera reservada. Unos hombres, con el sombrero calado hasta las dejas, esperaban al acecho en un Cadillac del 65. Advirtiéndola salieron a su encuentro…
– Por favor agente… por favor… – mitad molesto y mitad cansado un hombre inquirió mi respuesta -.
– Lo siento, dígame ¿qué desea? Estaba abstraído redactando un informe – ofreciendo mi mejor sonrisa, intenté, además de mostrar interés, frenar su hastío -.
Cerré, sin ser advertido, la ventana de la pantalla de mi ordenador y con hastío, abrí la base de datos. Policías de los llamados “senior” que, como yo y para mi desgracia, yacíamos allí varados, como si fuéramos viejas ballenas, descartados para el servicio en activo. Trabajaba en la insípida oficina de renovación del pasaporte.
Pocas veces los miraba a la cara, allí sentado, envidiaba su ansiedad. Nerviosos, apremiaban hiciera mi trabajo para irse al extranjero inmediatamente u otros, expectantes, recogían su primer pasaporte anhelando exóticos y placenteros viajes. Monótona y aburrida, así puedo describir la vida del policía que fui.
– Número C45P – monocorde, chilló una robotizada voz en la sala -.
Frente a mí se sentó una bellísima mujer cuyo nombre bien pudiera corresponder a los de deseo y perdición.
– Fotografía y 40 euros, por favor… – inquirí alargando mis palabras mientras deseaba tener espacio para declinar sus sueños -.
Alargó su mano y sin pretenderlo, sus dedos tocaron los míos mientras me daba su retrato. Azorado, lo dejé caer. Desde el suelo sus ojos maniataron mis deseos. Ido, no advertí que mi cuerpo hacía un escorzo en busca del trofeo. Mi tripa asomó con fuerza por entre las costuras de mi camisa mientras dos pretéritas manchas aún expresaban su afecto. La comisura de mi trasero, envidiosa, se unió al convite quedando también expuesta al exterior. Aquel cuerpo que un día recibió medallas al valor tras múltiples redadas, ahora, yacía viejo y desolado. Sentí pena tras sentir su mirada encontrándose con mis despampanantes lorzas. Segundos de indómita vergüenza acogotaron mi respiración. Levanté mis ojos y ruborizado le ofrecí disculpas. Ella, sonriente e hiriendo con su mirada mi desvelo, esperó a que terminara mi trabajo.
Verla fugarse, fue todavía peor. Dejó en el aire denso candor y en mis deseos, una pesquisa policial perdida.
Adecentándome, abroché mi camisa y me subí los pantalones.
Raudo, abrí la ventana de nuevo, necesitaba olvidar mi realidad.
Los hombres del coche hicieron una imperceptible reverencia a la mujer sometiéndose a sus órdenes. Tras su profunda melena rubia venían un par de fornidos matones que, con fuerza, maniataban a un pobre diablo. Cabizbajo, este sabía del tormento que le esperaba. Complacida, esperó a que lo metieran en el coche mientras mostraba una tímida, pero sádica sonrisa.
– Por favor… es urgente ¿puede hacerme el pasaporte?