Mira a la Tierra y siente su desamparo, el de su pobre planeta y el suyo propio. La amplia cúpula transparente que cubre la Colonia Lunar 12 le permite observar el cielo y perderse en ensoñaciones sin sentido. Lleva una semana allí, y como de costumbre antes que él llegó la muerte. Así es como sucede; después de cada crimen le llaman a él, un perro fiel surcando el Sistema Solar para intentar dar sentido a todo. El último muerto es un sargento de las Fuerzas Internacionales. Le arrancaron el corazón sobre un altar metálico montado en un hangar. El corazón no apareció por ningún lado. Piensa en ello y hace inventario del último año. Tres crucifixiones en la base militar de Marte, una mujer quemada en la hoguera en la Base Espacial Nueva Alemania, un científico en la Colonia 8 torturado y ejecutado con el método vikingo conocido como Águila de Sangre. Y ahora esto.
Un carguero espacial cruza el firmamento y hace temblar ligeramente la fibra de vidrio de la cúpula, y eso impide que oiga al hombre que acaba de acercarse a él por la espalda.
-Agente Scott.
Se vuelve. Tiene frente a él al gobernador de la Colonia, otro de esos burócratas nacidos lejos de la Tierra, criados bajo el amparo gubernamental, a salvo de la guerra y la Peste, pero alejados también de la experiencia humana primordial. Tal vez, intuye, no por mucho tiempo.
-¿Alguna pista?
-Aztecas.
-¿Disculpe?
-Los aztecas llevaban a sus víctimas a lo alto de una pirámide y les arrancaban el corazón, que luego quemaban. Una ofrenda a los dioses.
-No le entiendo.
Scott sí lo entiende pero no puede explicarlo. Él ha vivido en la Tierra, ha contemplado su lento apocalipsis que ahora llega a su definitiva conclusión. Lleva el amor y el odio en sus venas y la nostalgia de cientos de generaciones precedentes. Sabe que la añoranza no conoce límites ni distancias, se expande en el vasto silencio espacial, ha llegado a la Luna y a Marte y pronto, está seguro, llegará a las lunas de Júpiter, allá donde el ser humano llegue. Y la nostalgia por los viejos dioses y sus sacrificios viajará en los corazones más oscuros. ¿Y qué corazón no lo es?, piensa Scott.
-Limítese a encontrar al asesino- dice el gobernador, enojado ante su silencio.
Él podría decir que no hay un solo asesino. No hay una secta organizada aunque pronto la habrá, pronto un Viejo en una montaña marciana mandará a sus Asesinos a cumplir sus deseos embriagados por antiguas drogas. Pronto el gobernador será guillotinado, y tras él muchos más, hasta que los perros clonados beban la sangre acumulada en las plazas de Nuevo París, ciudad artificial que orbita cerca de los anillos de Saturno. Scott siente la cercanía del Mal, pero solo es un detective, no un filósofo ni un sacerdote. Se limita a esperar. Algo en su pecho arde con cada crimen. Es una llamada ancestral. Y no tiene sentido resistirse más tiempo.