A los del primero les preparé un pastel de chocolate con la excusa de reconciliarme tras lo de la puerta del garaje que se empeñaron en cambiar.
Para los del segundo opté por su coche. A nadie le extrañó que siendo tan viejo le fallaran los frenos.
Con los del tercero solo necesité unas grabaciones estratégicamente distribuidas en las noches para que hicieran las maletas.
El del bajo, un viejo policía jubilado, hizo alguna pregunta. Se acabaron cuando le nombré vicepresidente.