Habían resucitado a otro muerto.
Era la cuarta vez que sucedía en las últimas semanas convirtiendo el cementerio judío de Varsovia en un espacio de bruma y rechinar de dientes.
Al frente del caso se había puesto el inspector Avigad, sabueso de olfato fino e intuición prodigiosa, pero por más que hizo guardia en los desapacibles días y las confortables noches, no halló indicios del huidizo autor de los hechos, volátil como un trazo de humo. Habría que recurrir a métodos menos convencionales que la mera vigilancia, a saber por qué oculto pasadizo de la laberíntica necrópolis accedería el culpable, así que lo que tocaba era exprimir las neuronas, vamos, Avigad, tú puedes con ello, has sido el policía más exitoso que recuerdan los anales varsovianos.
Hizo una lista de los cuatro resucitados, todos varones, investigó hasta la extenuación y encontró un nexo entre ellos: habían sido exterminados en Auschwitz, conejillos de indias de Josef Mengele, el médico nazi que dejó tan nefasta huella en la memoria. Pero luego reparó en sus apellidos y en la secuencia cronológica en que cruelmente habían sido devueltos a la vida, siguiendo un orden alfabético: primero Alberstein, luego Altman, Applebaum y Ardon. El inspector Avigad sonrió; era cuestión de hallar al siguiente de la lista de los que fueron asesinados en el campo de concentración, así que siguió indagando en los libros de registro y entonces la sonrisa se le evaporó, pero al menos sabía lo que tenía que hacer.
El inspector abandonó su labor de centinela, solo debía aguardar como un cazador de reclamo, y tal como se esperaba sucedió durante el desapacible día en lugar de la confortable noche. Allí, mientras reposaba en el interior de su tumba, fue consciente de que alguien hurgaba para desenterrarlo. Avigad, el quinto de la lista de los exterminados en Auschwitz. No le sorprendió en absoluto que se tratara del espíritu del diabólico Mengele, dispuesto a continuar con los execrables crímenes que cometió en vida pulverizando ahora con sus experimentos la paz que todo muerto se merece.