La inspectora Valeria Ortega se despertó esa mañana con un mal presagio. Algo le decía que no sería otro día tranquilo de oficina. Soñolienta, se preparó un café y sin haberse todavía espabilado salió con prisas en dirección a la comisaría de su distrito, donde la esperaba el comisario refunfuñando y sujetando una copa.
-¿Ya, de buena mañana?
-Escucha, tienes que personarte luego en el restaurante Lamucca para hablar con el topo.
-¿No puede ir el subinspector?
-Está ocupado.
-Pero, ¿tengo que ir yo, que soy su superior?
-Y yo soy el tuyo, así que aquí el único superior es el menda.
-Vaya tela, Gerardo, lo que tenemos que aguantar algunas.
-Ahora te pones en plan feminista -dijo con sorna.
-Bueno, mira, contigo no se puede hablar. Y apestas a alcohol.
-Un poco de respeto o tendré que exigirte que me hables de usted.
-Sí, comisario Torres, lo que usted mande.
-Sin cachondeíto. Y ponte guapa; en esos sitios se ve gente muy distinguida. Gozan de una clientela exquisita.
El infiltrado era un ex-agente corrupto que por sus antiguas andanzas se había ganado el mote de «El Alemán». Se dedicaba a pasar información a sus antiguos compañeros a cambio de suculentas retribuciones y en ese preciso momento se hallaba reunido con unos tipos con quienes también pretendía hacer negocios.
-La operación será a medianoche en una de las naves abandonadas del polígono.
-¿Esta misma noche? ¿Ya te lo han confirmado? -preguntó Valeria, inquieta.
-Sí, no te preocupes. No hay margen de error.
-Siempre hay margen de error; no podemos prevenirlo todo.
-Cierto, pero estate tranquila.
El operativo policial se organizó deprisa y corriendo. Valeria no las tenía todas consigo; le daba la sensación de que aquello era otra chapuza del comisario Torres, pero no le quedó más remedio que, para variar, acatar sus órdenes y arriesgar la vida en planes temerarios, y todo por las ideas peregrinas del comisario, que se empeñaba en perseguir a narcotraficantes para jamás cazar ninguno. La inspectora no veía por qué esta vez iba a ser distinto, y por otra parte tampoco es que confiase mucho en su topo.
A las 00:00, hora zulú, desde la rudimentaria camioneta del operativo, Valeria divisó un grupo de individuos sin demasiada apariencia de capos del narcotráfico que cargaban un fardo tras otro en un camión y que se largaron tan rápido como habían llegado. Eran los tipos con los que se había reunido El Alemán, una pandilla de ladrones, si bien no se trataba de unos rateros cualesquiera; estos se coordinaban ni más ni menos que para saquear a narcotraficantes. La inspectora no daba crédito a lo que veían sus ojos.
-Gerardo, ¿qué diantres es esto? ¡¿Quiénes son esos tíos?!
-¡Y yo qué demonios sé! ¿Y el Alemán? ¿No te ha dicho nada?
– ¡Claro! ¡Ahí lo tienes! ¡Tu genial topo ha jugado a dos bandas!
-No puede ser… ¡Nunca escarmiento! -exclamó, frustrado.
-La que no escarmienta soy yo, que siempre te sigo en tus absurdos tejemanejes.
-Te invito a comer mañana, para compensarte.
-De acuerdo. Pero que sea en el Lamucca.
-Por supuesto. No se me ocurre un sitio mejor.