ROJO CARMESÍ
Yurena Rodriguez Torres | Matilda Torres

18.15h
Abro la puerta del coche y entro rápidamente para ponerme a resguardo. El vaso de papel con café que llevo en la mano ha sufrido las consecuencias de esa lluvia ligera pero impertinente y se arruga entre mis dedos mojados. Un café caliente es mi único consuelo para pasar las próximas horas.

19.15h
Todo es silencio en el interior del vehículo excepto por el ligero zumbido que emite la cámara al ajustar el enfoque. Repaso las capturas anteriores: nada relevante, misma casa, mismo jardín, mismo coche aparcado en la puerta. Todas las fotografías de los últimos noventa minutos muestran idéntica estampa.
Paciencia y perseverancia, me repito, esa es la clave. El día a día de un detective privado se resume en esperar, esperar durante horas. Una rutina muy alejada del halo de misterio y adrenalina que se nos presupone por culpa de los libros y las películas. No portamos armas, no hablamos como el teniente Colombo y, creedme, en un cuerpo a cuerpo con un sospechoso yo tengo las de perder.

20h
Compruebo el reloj, me ajusto las gafas y trato de estirar las piernas, entumecidas tras tres largas horas de vigilancia. Alcanzo con cierta dificultad uno de los muchos dossieres desparramados por el asiento trasero. Si mi secretaria Susi viera lo que hago con sus perfectas y ordenadas carpetas sería hombre muerto. Extraigo la ficha del expediente 612-D.
Conocí a Dolores hace cuatro meses, cuando entró en mi oficina una fría mañana de diciembre con un llamativo abrigo rojo. Sospechaba que su marido la engañaba. Bueno, no, sabía que su marido la engañaba, pero necesitaba probarlo. Puso una suma considerable sobre la mesa, quería pruebas y las quería ya.
La verdad es que ese pobre diablo no me lo puso muy difícil. En menos de 48 horas ella tenía sus pruebas y él la obligación de pagar una generosa compensación por divorcio.

La semana pasada acudió a mi de nuevo, visiblemente nerviosa, alguien la estaba acosando y me necesitaba para descubrir la verdad. Al principio pensó que eran imaginaciones suyas, que nadie la estaba siguiendo en realidad, pero empezó a encontrarse flores en lugares insospechados, dentro del bolso, en el parabrisas del coche, en la puerta de casa… Siempre una única flor, y siempre la misma, un lirio de color rojo intenso.
El hilo de mis pensamientos se interrumpe cuando la veo salir de casa, y agarro precipitadamente la cámara para disparar unas cuantas instantáneas. Ya es primavera y ha cambiado el abrigo rojo por una elegante gabardina azul. La verdad es que hoy está más guapa que nunca. Veo como mira a su alrededor preocupada antes de subir al coche. Tranquila Lola, yo estoy aquí.
El otro día me dijo que podía llamarla así. LO-LA. Me gusta como suena, con cierta musicalidad que explota en mi boca.

20.15h
Lola ya se ha marchado y yo puedo acabar mi guardia por hoy. Antes de partir alargo la mano al asiento del copiloto para alcanzar un bonito lirio carmesí. Hoy quizá me anime a dejárselo encima de su cama.