Rosas blancas
Mario Ruiz Sorube | Mario

El flash de tu cámara ilumina por un instante la escena. El blanco de los pétalos contrasta con la piel cerúlea del ministro de Neoagricultura. Espolvoreas el pigmento para huellas dactilares por todo el cuerpo, y una parcial se revela en la muñeca derecha. Otra vez te toca hacer el trabajo sucio, a ti, nuestro agente más importante y también el más expuesto a ser descubierto. Te aseguras de que nadie mira cuando impregnas tu dedo en la solución alcohólica y haces desaparecer la huella con un rápido y preciso toque. Qué suerte tenemos de contar contigo. Ya llevamos tres asesinatos limpios, y nadie va a pararnos. El director del Centro de Investigación Reforestal fue el primero. Su oxigenador, desconectado, le había dejado con apenas un par de minutos antes de que sus pulmones colapsaran. Muerte por asfixia. Quizá la más temida desde la Gran Destrucción. La humanidad ya se había acostumbrado a respirar con esos dispositivos que pasaban desapercibidos bajo las camisetas ultratérmicas. Una lámina de aleación de titanio recargable en cualquier Punto de Oxigenación. Eso, si el usuario está al corriente de pago. Con la incesante crisis económica, muchos ciudadanos se ven forzados a compartir oxigenadores, alterados en talleres piratas, reduciendo las cargas mensuales a quince días, lo justo para conseguir más dinero con que rellenarlos. Otros tantos ya han muerto asfixiados bajo los ojos del Gobierno, que sigue culpando a DobleO, la gran energética dueña del monopolio del oxígeno sintético. Llevábamos meses organizando el plan para cambiarlo todo. Y entonces dimos el primer golpe asesinando al director del CIR. A la opinión pública no le importó el alto cargo del muerto, sino el único detalle filtrado por los medios de comunicación: la boca del cadáver coronada por una rosa blanca. Una rosa, con su largo tallo verde lleno de espinas atravesando el esófago hasta llegar al estómago. Cómo alguien había podido cultivarlas. Si ni el CIR ha sido capaz, tras años de investigaciones infructuosas. Si las únicas que quedan están sumergidas en cubos de resina transparente, expuestas en el museo de Historia Botánica, muertas como el resto de flora del planeta. Con la segunda víctima, el vicepresidente de DobleO, la gente se echó a la calle, dándose cuenta de que algo no cuadraba. Había una manera, un lugar, en que las rosas podían crecer. Y si las rosas podían, entonces por qué no el resto de especies extintas. Qué frenaba al Gobierno. Al CIR. El oxígeno sintético podría convertirse en cosa del pasado. El negocio de los oxigenadores, el mayor fraude del último siglo. Intereses económicos. Corrupción. Todo cada vez más obvio. Y aun así, el Presidente callaba, amparándose en la política de no diálogo con terroristas. Maldito cobarde. Con uno de sus ministros muerto no tendrá otra opción que contar la verdad. Y si no, el plan continuará. Elegiré la rosa más bella, con el aroma más embriagador del rosal, para que sea la propia madre naturaleza la que, saliéndole por la boca, hable por él.