Los días eran cortos. El frío calaba hasta los huesos.
Teníamos hambre y aprendí a sobrevivir en las calles.
Mi hermano Jan pasaba los días leyendo y soñando una vida distinta.
Mis padres, con varios trabajos que no aportaban el dinero suficiente para vivir en condiciones, pero sí les mantenía todo el día ocupados y alejados de nosotros.
Fue allí, en las largas horas que pasaba en las calles, donde conocí a Harry.
– Cuando quieras convertirte en un hombre, ven a verme. Tengo trabajo para ti.
Me dijo Harry.
Yo todavía era un enano, pero eso no sería para siempre.
En mi dieciséis cumpleaños, fui a verlo. Me llevó a ver a Martin, uno de los peces gordos con un reguero de muertos a sus espaldas.
Harry era su recadero, quien le traía el tabaco, le compraba el whisky o le elegía las putas. Siempre tenía que estar pendiente a todas sus necesidades, y ahora yo le iba a ayudar.
Fui haciendo el trabajo y ganando algo de dinero. El suficiente para traerle algún libro a mi hermano y algo de comer a casa.
Harry y yo, nos convertimos en inseparables. Sabíamos que algún día seríamos alguien importante.
Pasamos de ser los recaderos, a trapichear en cada viaje, extorsionar, dar palizas, secuestrar.
Tuve que alejarme de mi familia, porque siempre tenía a la policía pisándome los talones.
Así que Harry y yo decidimos salir del estado un tiempo para pasar desapercibidos.
Empezamos a buscarnos la vida y a ganar dinero.
Pero esa gloria no duró mucho. Llegó a los oídos de Martin, quien se sintió traicionado por no tener tajada del asunto.
Y nadie traiciona a Martin.
Hacía meses que la policía seguía el rastro de Martín, pero ellos siempre conseguían escapar.
Los matones de Martin encontraron a Harry y le dieron una paliza monumental antes de esconderlo en la nave dónde guardaban el tabaco de contrabando.
La policía al descubrir el escondite, fueron a por todas, pero los chicos de Martin sacaron toda la
artillería pesada, y allí empezó el tiroteo.
Yo buscaba a mi amigo Harry, pero para cuando lo encontré ya era tarde.
La policía tenía rodeados a los matones, y sin dar crédito reconocí su cara entre ellos…
– Jan, ¿Qué coño haces aquí?
Y sin darme tiempo a parpadear me disparó y caí al suelo, sin dejar de mirar a mi asesino… mi hermano.
La policía abrió fuego contra él, y quedó abatido.