SABER ESPERAR
Sara Jarra Moraleda | Lajugadora

— ¡Policía, abra!
Siento la puerta que aporrean alojada en la cara interna de mis sienes que amenazan con ceder, a cada golpe, provocando que me estalle el cráneo. Tres maderos en mi puerta preguntan, a voces, si he escuchado gritos en el edificio; reprimo el impulso de levantar una ceja y hacer algún comentario sarcástico. Los excesos de anoche anulan mi capacidad de reacción. Convencidos de que sufro algún tipo de retraso, se retiran.
Atraída por el jaleo, bajo la escalera convertida en un personaje de dibujitos animados de los años veinte, a cada paso que doy suena la tecla de un piano con una secuencia de tres por dos: tres pasos, dos vistazos, uno a cada lado. El profesor de música, con el que comparto rellano, me saca de la peli cerrando violentamente la tapa del instrumento.
—Un poco de silencio, ¡que así no hay quien de clase!
Descubro a mi vecino de abajo sentado, con los brazos colgando. Una bolsa de supermercado envuelve su cabeza. Hijo conviviente al borde de la histeria: —¿Era necesario este destrozo?, hasta la alianza de mi madre, que Dios la tenga en su gloria, le han sacao antes de ahogarlo…
— ¿Mantenía una relación sana con su padre? –pregunta policía 1, sin piedad.

Llegan más vecinos.

— ¿Dónde estuvo anoche señorita? –pregunta policía 3 a Patri.
—Joder, lo que hacen algunos por no currar, el tío vago se ha cargao a su padre por la herencia, ¡qué cabrón! –contesta mascando chicle. Mandíbulas de pitbull tiene de mascar.

Escucho el bastón de don Ramón, trae el alma más oscura que el bajo donde habita. Se queja de que vive en un edificio de putas. —¡Que sois todas unas putas! — acostumbra a saludar, dando golpecitos con el bastón para dar énfasis a sus palabras—. Y la solterona que les alimenta… ¡también puta! —dirigiéndose a doña Remedios; desde que murió su hermana, reparte tuppers por la vecindad, que no sabe cocinar para uno, dice. Me empujan los hijos del matrimonio del 1º, mientras se pelean, provocándome fantasías en las que son destrozados por las mandíbulas de Patri.
-Bueno, ¡ya está bien! –dice asqueado policía 1 disolviendo el grupo de cotillas.

Relajada en la tumbona recuerda a su hermana. Siempre le advertía que el tipo ese la chuleaba. Ya se podía haber buscado un amante fuera del edificio. Le interrumpe la sombra del camarero que, sin pasar por alto la alianza de su mano, pregunta con acento caribeño si desea otro Daiquiri o va a esperar a su marido.
—Tráigame ese cóctel, lo tomaré con mis amigas —dice doña Remedios abrazándonos a Patri y a mí mientras posamos para la cámara que sujeta policía 2, sin cuya colaboración este golpe habría fracasado.

“El contenido de este relato es pura ficción. Que policía 2 se encariñase de Patri, a base de multarla por beber en la vía pública, no significa que sea la manera habitual de proceder de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado”.