El avión aterrizó en Valencia a la hora prevista. Acudí a la oficina de los coches de alquiler en la que había reservado uno de pequeñas dimensiones. Era más que suficiente para el propósito por el que había venido al Mediterráneo.
Me desplacé a Benidorm por la autopista que recorre toda la costa. Tenía una cita con un muchacho, Joseph, amante del culturismo que se había desplazado para asistir a un evento exclusivo dedicado a ello.
Comí algo ligero, si es que ello es posible, en uno de los bares de la zona de la Little England. La jornada iba a ser corta y, a la vez, intensa.
Cuando cayó la tarde, llamé a Joseph para confirmar dónde nos encontrábamos. Le propuse que nos viéramos en su apartamento, ya que así le podría explicar cómo iba a transcurrir todo. Al tratarse de algo muy único no era adecuado que lo habláramos en un lugar público que siempre se encontraba abarrotado de gente bebiendo y gritando más de la cuenta.
Me abrió la puerta, solícito, indicándome el camino hacia la terraza donde estaba tomando una bebida energética y alguna sustancia más. Me presenté como el animador del acontecimiento al que iban a asistir grandes figuras de esa disciplina deportiva.
La noche cayó en toda su plenitud. Los edificios de los alrededores y sus piscinas se iluminaron. En ese momento, le dije que me gustaría tomarme una foto con él en la terraza para ilustrar el artículo que iba a publicar en la revista que dirigía y que era una de las patrocinadoras del acto.
Nos levantamos y nos encaminamos hacia la baranda de la terraza. Nos apoyamos en ella, con toda la vista de la ciudad iluminada. Tomé mi cámara con la mano izquierda para realizar el correspondiente selfi. Estábamos eufóricos, sobre todo él. Le pedí que posara con la mejor de sus sonrisas, en la que mostraba su dentadura perfectamente alineada cercada por unos labios supuestamente sensuales. En ese momento, en el instante previo al clic, tiré mi cámara al suelo, me agaché lo agarré por sus piernas y lo empujé al vacío, diciéndole: “Kirsty te envía saludos”. Nueve pisos lo vieron caer. La piscina se tiñó de rojo.
Bajé por las escaleras. Llegué al hall y salí del edificio cubriéndome con una capucha. Anduve unas calles con tranquilidad, donde se oía la música en vivo de los diferentes hoteles. Alcancé el coche que estaba unas calles más allá y me dispuse a regresar al aeropuerto. El avión salía a primera hora de la mañana. La misión estaba cumplida.