La luna iluminaba los cabellos de Sandra Germán, esparcidos por el pedregal de San Miguel.
La sangre en su rostro, oscura y ya seca tras haber pasado horas o quizá días a la intemperie, mostraba el camino que había seguido desde la rotura del cráneo en la zona parietal hasta el hombro derecho de la víctima. Sin embargo, no había manchas de sangre sobre el terreno.
-El forense se encargará de determinar la causa de la muerte y si el cadáver, como parece, ha sido trasladado después de esta. Vamos a delimitar la zona -indicó el Guardia Civil Manuel Sánchez a su joven compañero.
-Era muy hermosa -comentó David.
Sandra Germán, hija del exalcalde Federico Germán, llevaba seis días desaparecida. No se escatimaron recursos en su búsqueda. Desde perros adiestrados, hasta helicópteros, policía científica y cientos de voluntarios de los pueblos colindantes. Trabajaron día y noche en el caso. No hubo descanso. El pabellón municipal albergó a decenas de voluntarios. Los vecinos de San Miguel cocinaron, lavaron la ropa de los voluntarios en sus hogares, y ofrecieron mantas y otros enseres para facilitar la faena.
Fue un pescador el que dio aviso a la Guardia Civil tras observar el cuerpo de la joven desde la distancia. No se atrevió a acercarse a menos de veinte metros de la víctima, distancia justa para comprobar que aquel bulto de apariencia humana era realmente un muerto.
El levantamiento del cadáver se produjo entre los gritos desgarradores de la madre de Sandra Germán y el silencio más absoluto de su padre.
-¡Mi niña! ¡Mi hija! -Gritaba esta.
Federico Germán observaba la escena con una mano en el bolsillo derecho de su pantalón de traje de corte recto y la otra apoyada sobre la espalda de su mujer.
-¡Federico! ¡La han matado!
La sala de interrogatorios estaba únicamente iluminada por una lámpara de sobremesa.
-Ya sabe por qué estamos aquí, alcalde.
-Exalcalde -corrigió Federico Germán.
-¿Tiene alguna idea de quién ha podido acabar con la vida de su hija?
-¿A qué se refiere, inspector?
-¿Tenía algún asunto pendiente… Ya sabe… Drogas, licencias…?
-¿Me está diciendo que se trata de un ajuste de cuentas, inspector?
-No lo sé, pero me temo que usted sí.
El inspector Cordero sacó una carta de su bolsillo.
-¿Reconoce esta letra?
-Sí -contestó el exalcalde.
-¿Puede usted leer la carta en voz alta?
“Llevan días persiguiéndome, papá. Ojalá esta sea, al fin, la última vez que tenga que pedirte que soluciones tus asuntos. Acabarán matándome si no lo haces.”
-¿Y bien? -Preguntó el inspector.
El exalcalde se encogió de hombros.
-Usted sabía que alguien deseaba vengarse por algo turbio en lo que estaba involucrado. ¿Es que no le importa?
-No era mi hija.
El inspector se quedó sin palabras.
-Ella lo sabía. Su madre lo sabía. Y no sé cuánta gente más ha estado riéndose en mi cara durante los últimos cuarenta años. ¿Es que usted, inspector, no lo habría solucionado de forma similar?