La lluvia azotaba con violencia la ciudad de Barcelona, convirtiendo sus calles en un escenario sombrío y desolador. El inspector Costeiro, veterano de la policía, se encontraba sentado en su escritorio, mirando fijamente la fotografía de una joven desaparecida. La chica, llamada Laura, había sido vista por última vez en un parque cercano a su casa hace tres días, pero hasta ahora no había ninguna pista.
Sonó el teléfono sacándole de sus pensamientos. Era su colega y compañero, el inspector Martínez. Su voz sonaba tensa y preocupada.
-«Costeiro, necesito que vengas. Acabamos de encontrar el cuerpo de una joven que podría ser nuestra chica desaparecida. Lo encontramos en un callejón cerca del parque donde fue vista por última vez»-. dijo Martínez.
Se apresuró a llegar al lugar indicado. Cuando llegó, vio el cuerpo cubierto por una sábana blanca. Era una escena dantesca. Debía mantener la cabeza fría y analizar cada detalle que pudiera proporcionarle alguna pista.
Se acercó al cuerpo y retiró la sábana que lo cubría. Los ojos de la joven estaban abiertos, con una expresión de terror en su rostro. Había señales de tortura en su cuerpo, lo que sugería que el asesino había disfrutado infligiéndole dolor antes de matarla.
-Joder, qué puta barbaridad -murmuró Costeiro mientras contemplaba la escena del crimen.
-Lo sé, compañero -respondió Martínez, acercándose a él-. Vamos a encontrar a ese cabrón.
Costeiro asintió, -maldito enfermo, tenemos que darle caza-añadió mientras notaba como se tensaba su mandíbula.
Revisando la zona, encontró una nota cerca del cuerpo. La leyó en voz alta – “No todos son lo que parecen”
-El asesino quiere ponerte nervioso, es una forma de intimidarte -dijo Martínez con calma.
Mientras oteaba alrededor del cuerpo, Costeiro vio un hombre observando la escena desde lejos. Era bajo, delgado y su mirada oscura lo hacía parecer sospechoso. Le hizo una señal a su compañero y murmuró: – “Ese tipo no me gusta”-.
Se encaminaron hacia él, pero antes de llegar, salió corriendo a toda velocidad. Costeiro activó el protocolo y alertó a todas las unidades disponibles. Acordonaron la zona y comenzaron a buscarle. Preguntaron a las personas presentes y a los vecinos si lo conocían o lo habían visto antes. Una anciana les informó que ese individuo estaba viviendo en una casa abandonada en la calle paralela.
Organizaron el equipo de asalto y se dirigieron a la casa. Costeiro estaba tenso y nervioso, sabía que algo no estaba bien. Cuando entraron, el lugar estaba en penumbra reinando un silencio sepulcral. De repente, un ruido procedente de arriba rompió el silencio. Subieron las escaleras cautelosamente y al entrar al comedor, encontraron al hombre ahorcado de una cuerda que pendía de una viga del techo.
Al bajarlo, Costeiro vio un papel en su bolsillo. Lo abrió y se quedó sin aliento. En letras claras y precisas, la nota decía: «Bienvenido al juego, Costeiro». Miró a su alrededor y supo que estaba en una trama macabra y siniestra. Alguien cercano a él estaba detrás de todo esto.