Crepúsculo gris de cielo atormentado, enciende luces que relampaguean como velas de iglesia, suplicantes, alumbran durante un instante para luego desaparecer.
Noche amarga, oigo procesionar a mujeres que repiten la misma letanía una y otra vez:
“Santa Bárbara bendita que en el cielo estás escrita con papel y agua bendita. En el ara de la Cruz, Pater noster, amén Jesús”.
– Le puedo jurar, señor inspector, que fue un rayo.
– ¿Un rayo?
– Si, le mató al atardecer.
– Por eso te encontramos con la piedra en la mano.
– ¿A mí?
– ¡Si! En tu mano. Le muestra una bolsa de plástico marcada con un uno, que contiene una piedra con forma de hacha.
– Ay señor, señor. Esa piedra no es mía, la trajo el rayo. Como se nota que vd. no es de por aquí.
– Responde a mis preguntas.
– Pues está claro, el rayo trajo la piedra y está golpeó a mi amigo Blas en la cabeza.
– Te advierto que mi paciencia tiene un límite.
A través de las ventanas se oye “Santa Bárbara bendita”
– ¿Por qué no me comprende? Muchas veces se lo advertí y no hizo caso. Entierra esa piedra Blas que, si no, nadie te podrá proteger. Pero él siempre reía. Leyendas de viejos. Noche negra, musitó.
– ¿Cómo dices?
– Siete años, señor, habían pasado desde que siendo mozos encontramos la anterior, Blas la cogió, nos miramos y los dos supimos qué teníamos que hacer. En el pueblo siempre se oyó que si tras el rayo, la encuentras debes enterrarla, solo así te protegerá. Pero él miraba el campo con ojos de modernidad, se negó y ni siquiera sé bien si la guardó o la arrojó al río para verla saltar, esa era su costumbre. Pero,hombre, con aquella no.
– Continúa.
– No me hizo caso y río, como siempre, despreocupado. También le pasaba eso cuando veía a una moza guapa, aunque ella estuviese ya en conversaciones con otro.
– ¿Qué me quieres decir?
– Nada.
– No tenemos prisa, la noche es fría y lluviosa. ¿Quieres un café?
– No señor es tormentosa.
– Decías de una moza.
– De muchas señor, de muchas. Él era bien plantado, de lengua rápida y sonrisa abierta, yo por el contrario soy tímido, cuidadoso de la tradición, fijé la vista en una moza y con ella me quedé.
– ¿Y?
– Hasta hoy nunca había vuelto a ver una piedra de hacha, esta vez el rayo noche oscura.
– ¡Céntrate!, decías, la tormenta.
– Cayó en mis manos y supe que quería protegerme, eso siempre se ha sabido. Vd. no es de aquí.
– Bébete el café, está muy calentito, este tiempo hiela el alma.
– Verdad es eso, comisario. Las mujeres siguen con su letanía, “Santa Bárbara…” salen con su pendón a pedirle que pare las tormentas que destruyen nuestras vidas. Pero para mí sus plegarias llegan tarde.
– Tómate tu tiempo.
– No fui yo señor, la piedra de hacha cobró su precio por el desprecio que le hizo, no la respetó.
– ¿De quién hablas?
– De mi mujer.