Me gusta viajar de noche. La distancia entre Madrid y Almería es larga, así que se puede dormir bien en el bus tan confortable. Lo único malo es que a la mitad del camino, en Bailén, nos sacaron de los dulces sueños y del bus. Tuvimos que esperar una hora para seguir el viaje. Llovía a cántaros, y me apresuré a subir el bus para no empaparme. Había muy pocos pasajeros, así que me acomodé en dos asientos y dormité, pensando en mis vacaciones. Al cabo de una hora sentí frio y estiré la mano para sacar el jersey de mi mochila. Mi bolso, mis zapatos… ¿Dónde está la mochila? ¿Se habrá caído? Estaba oscuro en el bus, e iluminando con mi móvil empecé a buscarla debajo de los asientos. Nada. Revisé por si acaso arriba en portaequipajes. La mochila desapareció. Cuando salí en Bailén la dejé debajo del asiento sin preocuparme – el bus estaba cerrado. Empecé a registrar los otros portaequipajes. Los pasajeros al enterarse de mi pérdida se unieron a la búsqueda. El conductor prendió la luz del interior. Revisamos todo el bus. Mi mochila nueva, llena de cosas, bastante grande – incluso pensé ponerla en el maletero, junto con la maleta – se había esfumado como por arte de magia.
-¿ No será que se la llevó alguien bajando en Bailen?
– Imposible. Fui la última en bajar. Y las puertas del bus las cerraron prácticamente detrás de mí. Los pasajeros trataron de consolarme:
– Cuando lleguemos a Madrid, que ya falta poco, te acompañamos a la policía…
¿A Madrid? Pero voy a Almería… ¡AHHHH!
¡Me equivoqué de bus! Los dos, casi idénticos, paran al mismo tiempo en Bailén. Madrid-Almería y Almería – Madrid… Y ahora mi mochilita viaja a Almería… ¡Y mi maleta!
Pero ya es otro cuento.