Me salí de la carretera a ver una reunión de zorros. Se alejaron. Aquel cadáver ensangrentado, al que con el pie dí la vuelta, era un regalo para ellos. Su cara, una masa deforme. Ni su madre, lo hubiera reconocido.
Llegaré al pueblo, llamaré a la Policia y doy parte a la guardia civil.
Paré en el bar del liebre, porque tenía la garganta seca de la impresión.
Pedí una caña. Vi a dos tipos armarios, sentados cada uno en una silla de esas altas. El bar, se llenó de conocidos. Luego, ya sabes, invitas al primero, luego a otro y a otro, ellos te invitan a ti y acabas borracho perdido.
Llegó el Chepilla. Mi primo por parte de padre, me quiere mucho, desde que le ayudé a pegar de hostias a unos tipos en un burdel. No sé porqué zarandajas. Me vio y no saludó.
Barrunté: la cosa no va bien. Viene atufao, pensé. Fui por él, aunque Roque, me dio una voz y ¡QUÉ PASA PAQUITO! Contesté: tomate un vino y, me olvidé del Chepilla.
Los armarios hablaban poco y bajito entre ellos. Vestían trajes azules, corbatas amarillas. Camisas rosas. Zapatos italianos y un Mercedes negro aparcado junto al bar.
Roque y yo estábamos entre ellos y el Chepilla, en la otra esquina de la barra, y, como digo, muy atufao. Puso el perro carea sobre la barra, pidió un vino y pal carea, un azucarillo, en plato, le dijo al liebre, señalando al perro. El liebre contestó: llevate al puto perro, cojones.
A voces, mi primo salió del bar diciendo: AHORA VUELVO, NO VOY A ENTRENERME EN DARTE UN PAR DE HOSTIAS.
En el bar comentamos la situación, menos los armarios del traje azul. Uno de ellos, sacó un móvil del bolsillo y habló con alguien.
¿Y estos? Preguntaron los que iban llegando. Contesté: estaban aquí cuando llegué.
Volvió el Chepilla. Sacó de un macuto la escopeta y apuntó al liebre. Disparó. Si antes del tiro, no se escuda tras la puerta de la cocina, el liebre se va a criar malvas. Juraría que con postas. El liebre cayó al suelo, en su cocina. llevandose la mano a la barriga.
No ayudé, porque los armarios, cometieron un error. Sacaron dos pistolas, al desabrocharse las chaquetas. La mano poderosa y enorme del Kiko, cayó en forma de mazo sobre uno de ellos, derribándole al instante. El Chepilla, disparó de nuevo la escopeta, mientras gritaba: ¿ES QUE TÚ, CACHO MIERDA, VAS A MATAR CON ESA PISTOLITA? ¡SI TENGO LA COJONUDA, QUE MADAO MÁS DE UN CIERVO POR ESOS ANDURRAILES!
Poco antes, como es natural, todos al suelo, menos el armario,claro, que recibió lo que quedaba de la escopeta.
Llegaron ambulancias, policías y la guardia civil. Todo calmado y en silencio.
Me llamaron las fuerzas del orden a declarar, y esto dije, siendo las dos de la tarde del día de hoy.