Durante la noche la calígine era densa imposibilitando ver más allá de unos centímetros la avenida vacía y silenciosa, alterada únicamente por el taconeo de Alana después de una jornada intensa en el periódico de la ciudad.
De nuevo escuchó el repiqueteo de pasos detrás suyo. Pisadas contundentes que aceleraban su corazón y le acompañaban hasta la entrada de su casa dónde, repentinamente, cesaban.
Le ponía nerviosa ese sonsonete poco intenso pero machacón. En su memoria la noticia que días atrás aparecía en los sucesos de la publicación diaria. Mujer sobre los treinta años aparece muerta supuestamente asfixiada con su pañuelo de cuello. No hay pistas del agresor o agresores. Prosigue la investigación decretándose secreto de sumario.
Sus dedos temblorosos abrieron la puerta con dificultad. Cerró de un portazo y apoyó la espalda en la pared, con la respiración entrecortada y sintiendo una opresión en el pecho.
Recordó con vehemencia la decisión de todas las mañanas: Cambiar los tacones por unas zapatillas ligeras que le permitieran correr por esa travesía conocida y a la par, nebulosamente desconocida. Y silenciosas para que nadie pudiera seguir su insonoro caminar durante el trayecto. Porque ¿como protegerse si ese velo espeso y blanquecino lo cubría todo sin piedad? Y ¿para qué? si cualquiera que deseara agredirla lo tendría facilísimo. Ella, ¡tan pequeña y frágil!
De inmediato nadie se preocuparía ante una posible desaparición ni tampoco si apareciese muerta en cualquier callejón de esa inhóspita ciudad. Ni familia, ni amigos cercanos ni una posible relación sentimental.
Tras una reconfortante ducha caliente se miró en el espejo. Se gustaba. Mantenía un cuerpo atlético con unas curvas precisas y apetecibles. Por ese motivo, prefería ir caminando a todas partes, rechazando sistemáticamente el consejo de sus compañeros de hacerse con un utilitario.
Realzaba su figura con unos tacones de aguja kilométricos que le hacían parecer más esbelta y atractiva. Le encantaba emular a una Jenna Rink en el sueño de mi vida, en dónde la actriz tenía una colección interminable de tacones. En la seguridad de sus cuatro paredes sonreía pensando que de tener que morir en manos de cualquier asesino que al menos fuera de la manera más chic posible. Con unos Jimmy Choo brillantes y su abrigo de lana manteco de Gucci.
Cenó frugalmente, se cepilló los dientes y se arrebujó entre las sábanas durmiéndose de inmediato.…
Hacía días que en el periódico nada se sabía de Alana. Hasta que se presentó la Brigada de Información. Los vecinos de la comunidad avisaron de un fuerte olor a putrefacción que parecía salir de la vivienda. Provistos de una orden judicial la policía echó la puerta abajo.
Alana yacía desnuda en el suelo del cuarto de baño con un zapato aprisionado en su mano derecha. Las primeras pesquisas parecían señalar un desafortunado resbalón que habría terminado con su vida. El interminable tacón del otro pie había perforado su frente asomando por la región craneal.
Nunca más, en la ciudad, se volvió a oír el repiqueteo de unos tacones.