Había quedado con aquel polizonte a las siete de la mañana justo a la entrada del sendero del archibebe. Aparqué en el lateral de la rotonda hacia la salida de aquella pista litoral. Como no sabía cuál era su coche esperé a que me hiciera una señal un deportivo que había llegado envuelto en un velo de humedad.
Salí del vehículo cauteloso y entonces percibí el discreto parpadeo de sus intermitentes. Me fui acercando despacio porque el velo de humedad y sus cristales tintados hacían invisible su interior. Quieto aguardé a que saliera con su media sonrisa de as del doble juego. No tuve que decirle que fuese al grano ni que cogiera el rábano por las hojas:
-Soy todo oídos.
-¿No sabes nada de Dimas?
-¿De di menos? Ni me lo menciones.
Con mueca triunfal narró todas la circunstancias que me habían llevado a estar procesado. Conocía unos detalles que sólo podía haberle revelado alguien que jugara en mi equipo. Nos habían pescado como atunes en almadraba. No tenía que decir mucho más para que yo supiera quien había sido Judas. Tampoco me interesaba saber porque me lo decía pues muchas veces es una famélica línea roja la que separa al delincuente del policía. Resistí callado porque la adrenalina anegaba de acritud mi pituitaria. Sólo pude decir que yo quería olvidarme de todo aquello e iniciar una nueva vida:
-Eso está bien. No vayas a poner la otra mejilla.
-Mis estudios de enfermería son puente de plata hacia mi porvenir.
-¡Maravilloso!
-No quiero caer en la espiral acción reacción. Quien vive violentamente muere violentamente.
-Pues di menos se ha convertido en un pujante financiero de chiringuitos de playa.
-Que con su pan se lo coma y le torturen sus almorranas.
-Ya sabes con el buey que has arado.
Y dicho esto se metió en su coche. Yo fue al mío y cuando pasó por mi lado bajó la ventanilla y susurró caricato;
-Si te he visto no me acuerdo.
Desde ese instante he vivido socarrado por el rencor que sólo se aquietó cuando alcancé el pacto con la fiscalía. La pena sería un trámite al tercer grado dado el tiempo que había pasado en prisión provisional. No obstante seguía escocido aunque me evadía centrado en los estudios de auxiliar de cirugía.
Pero mi epifanía llegó cuando encontraron a Dimas ajusticiado con una corbata colombiana. El periodista lo contaba sabedor de que esa crónica era la catapulta a sus quince minutos de gloria. Le habían alojado los testículos en la boca y zurcido sus labios con tanza. Como le hicieran a Sam Giancana tras el asesinato de John Kennedy.
Tanto va el cántaro a la fuente.