Siempre quise lo tuyo
Yolanda Freitas Cotano | Yoly's

Rompió la lluvia de golpe, eso fue mi salvación. Empezó a llover con fuerza, con tal intensidad que no se veía a dos palmos.

Me había quedado atrapado en una calle sin salida, acorralado. Aquellos indeseables me persiguieron, querían que les diera información y me amenazaron con “hacerme una cara nueva”.

Huí en cuanto me los encontré en la puerta de aquel bar. Gritaron al unísono al verme:

– ¡Jessie! ¡Te cogeremos! ¡Dinos lo que sabes!

No permitiría que me alcanzasen.

Por suerte no corrían muy deprisa: el gordo de Jackie solo podía arrastrar los pies y Bernie era un estúpido que no sabía ni poner un pie delante del otro.

Temía por mi integridad física. Sabía que si me alcanzaban iban a darme una paliza y me destrozarían la jeta. No podía consentirlo. Mi preciosa cara me daba de comer, ¿cómo si no iba a seguir actuando en Broadway?, no querrían volver a contratarme……

“De vuelta al callejón”, la lluvia era muy intensa, tanto que era casi imposible moverse ni un milímetro. He ahí mi oportunidad, pero solo podía jugar una carta: intenté pegar mi cuerpo todo lo posible a la pared, la que quedaba a mi izquierda. A la derecha había bastantes más obstáculos.

Ellos seguían “desgañitándose” la garganta. Incluso se escuchaba como zarandeaban a un lado y a otro sus propios brazos, con afán de agarrarme en cuanto pasase cerca de ellos. Sus alaridos decían:

– ¡Ni se te ocurra acercarte o te clavaremos un golpe de pistola! ¡No intentes escapar o abriremos fuego! Deja que nos acerquemos nosotros y no sufrirás ningún daño físico. Has de decirnos “lo que hemos venido a buscar”……

De repente se oyó un fogonazo. Habían apretado el gatillo.…

Por suerte yo me había movido y la bala no me alcanzó, el estruendo sonó contra un cubo de basura metálico de la calle.

Fui desplazándome sigilosamente, como un felino agazapado. Me iba moviendo enganchado a la pared, aunque no llegué a agacharme. Pensé que si lo hacía me desestabilizaría más fácilmente y podría caer.

Me acercaba a sus gritos, se me aceleraba el aliento. Cuando llegué a si altura casi se me hiela el corazón.

– ¡Tú! ¿Dónde vas? Te he advertido que no intentases escapar, que no te movieses – dijo Bernie.

Me estaba arriesgando mucho pero había de intentarlo.

– Te estoy oyendo. Casi podría olerte, como un animal olfatea a su presa –se oyó decir al otro individuo.

– ¡Me abalanzaré sobre ti sin piedad!, – masculló Jackie- y te aplastaré el cráneo sobre el asfalto.

Me quedé inmóvil, intentando casi ni respirar, tenía miedo…

Di un paso más y noté como “una garra” me arrancaba un trozo del cuello de la cazadora. Apreté a correr aunque había una cortina de lluvia que no dejaba ver.

No iban a conseguir sonsacarme ningún dato (…).