Carlos Marro me miró, sonrió y dejó caer, encima de la mesa, una carpeta de un par de centímetros de grosor.
—El informador ha hecho bien su trabajo.
—¿Qué son? —Alfonso, el becario, intentó cogerla.
El detective asentó su mano firme sobre la misma.
—Todavía no, tenemos que hablar.
—Ve al grano, Marro. —El sargento Moreno miró su reloj—. Sabes que estoy de servicio.
—Diez cadáveres, un asesino y un cómplice. El móvil: la familia.
—¿Diez? ¿Un cómplice? —Patricia estaba desconcertada.
Alfonso se quitó las gafas y exhaló vaho sobre los cristales para limpiarlos con un clínex. Se las colocó de nuevo y miró al detective sin pronunciar palabra.
—Al principio no utilizaba ninguna técnica para desangrar a sus víctimas; las degollaba, y el vampiro chupaba y bebía su sangre.
Se sentó justo entre el sargento y yo. El becario y la periodista estaban frente a nosotros.
—Con el tiempo empezó a transfundir la sangre quirúrgicamente. Eso nos despistó: no contábamos con las cinco primeras víctimas y nos hizo pensar que nuestro sospechoso debía ser alguien vinculado a la medicina. Pero teníamos al asesino mucho más cerca de lo que creíamos.
»Nuestro hombre lleva matando cinco años. Una decena de mujeres fueron desangradas vivas para saciar la sed de un sicópata. Tiene un cómplice. O, más bien, un amo, como el Renfield de Drácula. Es un trastornado mental educado bajo el yugo de una persona autoritaria y maltratadora. Busca a sus víctimas a través de las páginas de citas. Tiene conocimientos avanzados de internet, pues se le da bien borrar su huella en el sistema. Aunque tratándose de navegar por la red, es imposible no dejar vestigio de tu presencia. Golpeó la carpeta con los nudillos y nos miró.
—Moreno, serás el poli que resuelva el caso. Patricia, tendrás la exclusiva.
Hizo una pausa reflexiva, y se quedó observando a Alfonso.
—Tú. —Le lanzó una mirada que casi resquebrajó los cristales de sus gafas—. Tú te harás famoso.
—¿Qué traes en esa carpeta? —preguntó el becario, nervioso.
—Las respuestas a muchas incógnitas. Por ejemplo: ¿En cuántas comunidades autónomas habéis residido, tu padre y tú, en los últimos cinco años?
El silencio recorrió la estancia, provocándome un escalofrío. ¿Nuestro becario? No era posible.
—¿Qué te pasó, becario? Pensaba que serías más listo, las ganas de regodearte en tu propia inteligencia pudieron contigo. En lugar de salir sin hacer ruido, aprovechaste tus conocimientos en informática para infiltrarte en mi equipo. «Nos ayudarías a rastrear los pasos de Alicia».
Lo ponía contra las cuerdas.
—¿Cómo está tu padre? —El detective se inclinó hacia delante—. ¡Saciado con la sangre de esas chicas!
Al día siguiente, El Diario de Málaga mostraba el titular: «Los crímenes de El Becario. Un joven confiesa secuestrar y desangrar a diez mujeres para alimentar a su padre».
Semanas más tarde, mientras repasábamos un caso de infidelidad, pregunté a Carlos por el contenido de la carpeta. Contestó que, básicamente, eran artículos sobre vampirismo. «Síndrome de Rendfield, lo llaman».