Solo un cuerpo.
A eso nos reducimos. Carne, vísceras, huesos y sangre que se espesa con la falta de latidos.
Una casualidad cósmica tan simple como complicada, una carambola débil, tanto que aterra. Por eso no lo pensamos, para no vivir abrumados sobre nuestra propia fragilidad.
Yo no lo había hecho jamás… Lo de plantearme mi fin, digo. Hasta hoy. No me queda otra.
Es curioso, morir no me importa demasiado. Supuse que tendría miedo, pero lo único que siento ahora es curiosidad. Aunque reconozco que me da rabia que se salga con la suya, bastante tengo con seguir respirando.
Porque hasta eso duele.
Cada vez que intento hinchar el pecho noto el sabor metálico de la sangre en mi garganta. Eso me molesta. Y lo frío que está el suelo.
Mis fluidos no son lo único que empapa las baldosas sobre las que me ha dejado tirada. Estoy encima de un charco enorme de agua sucia. Me irrita saber que voy a morir rodeada de inmundicia, eso nunca entró en mis planes.
Ni que un loco decidiese matarme… No, eso tampoco.
El tipo está al fondo. Veo cómo se mueve, pero no sé qué hace, mi vista borrosa me lo impide, o puede que sea la oscuridad que me rodea. Da igual, intuyo que no tardará en volver a rematar la jugada.
Para eso estamos allí, ¿no?
Pero, como mi madre me decía, no sé estarme quieta, y desde hace un rato guardo en mi puño un cable pelado que he arrancado de la pared.
Él se acerca, se agacha y pone su mano en mi cara. Me está acariciando con la derecha mientras con la izquierda sujeta el cuchillo con el que ha estado atravesando mi cuerpo.
Dejo caer el cable. Más dolor. Una sacudida, dos, tres.
Mantengo la consciencia el tiempo suficiente para ver cómo se electrocuta a mi lado.