Sólo un robot
Elena Martínez Bermúdez | Laya Rodríguez

El pequeño cuerpo ya estaba semienterrado cuando llegó. La marea subía y los embates del agua se habían ocupado de ir ocultando una imagen dolorosa para el mundo. La detective se asomaba al abismo para intentar vislumbrar algo con los primeros rayos del sol que desteñían el azul intenso del cielo nocturno. No pudo evitar la desagradable sensación que se producía en su estómago cada vez que miraba hacia el vacío.
– ¿Quién la ha encontrado?
– Un corredor tempranero – le respondió su compañero- Ha llamado a emergencias pensando que era una niña, pero en cuanto he llegado, he visto los cables. Es sólo un robot de recreo.
Odiaba ese término, especialmente cuando se referían a algunos modelos. Pero por eso estaba ella allí. Los casos importantes eran para otros. A ella sólo le llegaba la basura de las IAs. Los robots de recreo eran maltratados y abandonados a su suerte en los lugares más insospechados. Delitos medioambientales.
– ¿Ya habéis avisado a los de la basura?
– Sí, no creo que tarden.
A los pocos minutos el ruido del motor les anunció su llegada. En la lancha viajaban dos hombres con trajes de buzo. Uno de ellos se lanzó al agua y se acercó hacia el robot. Lo levantó con dificultad para extraer la tarjeta de memoria. Los daños en todo el cuerpo se hicieron más patentes al moverlo. Finalmente, sacó una tarjeta intacta de la ranura escondida en la espalda.
– Bien, por lo menos resolveremos el caso pronto. Mándeme los datos.
Unas horas más tarde, llamaba a la puerta de una lujosa mansión, donde le abrió un hombre atractivo de mediana edad. Las manos llenas de cortes le delataban. Siempre eran los ricos, los que lo tenían todo.
– Buenas tardes, ¿es usted el propietario de un robot de recreo modelo XX-B700?
– Era de mi hija.
– ¿Puede llamarla?
El hombre le dedicó una mirada indescifrable durante unos largos segundos y finalmente respondió.
– No, falleció hace unos meses.
La detective contuvo la respiración. Recordó varios casos en los que los humanos se desquitaron con las IAs para superar un duelo.
– Lo siento – acertó a decir finalmente- ¿Sabe que está prohibido deshacerse de un robot sin registrarlo previamente y sin llevarlo a un punto limpio?
– Sí, lo sé, pero no podía tenerlo más en casa.
La detective se sentía cansada, había sido una noche muy larga.
– Está bien, puede pagar la multa en el ayuntamiento o a través de la web – le dijo extendiéndole el papel con la notificación.
El hombre lo cogió sin decir nada. Ya estaba a punto de cerrar la puerta cuando la detective se dio la vuelta y lo detuvo.
– Sólo dígame qué mal hizo ese robot para querer deshacerse de él así.
El hombre seguía con el rostro indescifrable, pero algo en su mirada, en sus profundas ojeras, le hizo pensar en un sufrimiento insondable.
– Me dijo que me quería.