Sombra Oscura
Pablo Menéndez Fonseca | Mene

—Cuando comienzas una partida de Sombra Oscura, los límites de la realidad y el juego se difuminan.
—¿Sombra Oscura?
—Sí, es un juego. Bueno, realmente es una app de móvil. Martín fue quien la encontró.
—¿Qué tipo de juego? —pregunta el oficial Almunia.

A ver, vamos a darle al “pause” un momento.

Un desaparecido: Martín Hernán, varón blanco, 47 años. Su hija nos informa de que lleva cinco días sin saber de él. Martín es profesor de secundaria, divorciado, ordenado. De casa al trabajo, del trabajo a casa. Expediente limpio, nada fuera de lo normal… Bueno, excepto todo eso de los juegos de rol.
Él y tres amigos suyos son lo que se podría decir unos frikis, frikis rondando los cincuenta, sí, pero frikis. El agente Almunia y yo estamos interrogando a uno de ellos: Roberto Andújar.

—Un juego de rol online —responde Andújar—, entras y hay una IA que te escribe por chat…
—¿Una IA? —interrumpe Almunia.
—Inteligencia Artificial —le respondo—. Es un chat pero quien está al otro lado es una máquina.
—¡Ah!

Por su cara veo que no ha entendido ni papa. El veterano Almunia, hijo y nieto de guardias civiles, a sus sesenta y dos años conoce más que este pueblucho.

—Esta IA se hace llamar Sombra. —continúa el interrogado—. En el juego hay un chat, Sombra dirige la historia y te exige pruebas.
—¿Qué tipo de pruebas? —le pregunto.
—En el juego pertenecemos a una asociación secreta cuyo objetivo es empezar una revolución y Sombra es el líder. Debíamos crear una bandera, un lema. No eran pruebas difíciles, nada fuera de la ley.
—Un poco mayorcitos para estas tonterías, ¿no? —dice Almunia.
Roberto, molesto, le aparta la mirada y continúa:
—Pero Sombra también nos habla por un chat privado y nos pide lo que llama misiones secretas. A mí me mandó una ubicación y me dijo que fuese con el GPS activado. Cuando llegué al sitio, recibí una foto de un contenedor. Lo encontré al final de esa calle vacía, me acerqué y junto a él había una pala y una nota, “Llévala a casa y espera indicaciones.” Pasaron unos días y me mandó otra ubicación. “Tienes veinticuatro horas”. Conocía ese lugar, una cabaña cerca de las vías del tren donde iba de chaval. Allí, en el suelo vi una X hecha con dos ramas. Cavé y había un caja, la abrí, dentro encontré un sobre cerrado y unas instrucciones.

—¿Qué instrucciones? —pregunto yo.
—“Entrégaselo al agente infiltrado”. Reconocí la letra de Martín, le escribí pero no contestó. Pasaron unos días sin que ocurriese nada y ayer mismo sonó mi móvil. Me habían metido en un grupo de WhatsApp nuevo. Estamos todos y un número desconocido. El grupo se llama… ¿cómo era?…
—Las Ofrendas de Yoseph —le digo yo. Sus miradas se clavan en mí. Saco mi móvil y les enseño el grupo del que habla—. Ese número desconocido soy yo.
—¡Joooooder! —exclama el interrogado. La cara de Almunia ahora es un puto cuadro—. El agente… infiltrado.
Y saca el sobre de su chaqueta que posa sobre la mesa de interrogatorios.