Sombra
Yoel Rodriguez Diaz | CheeseCake

Se le había concedido este caso al detective Santana, un señor con 57 años vividos y el doble de experiencia cargada a su espalda. Una persona curiosa de ver, con dos dedos rotos en la mano derecha, una gran marca de la vacuna de la viruela en su brazo izquierdo, la cicatriz de una operación en la pierna derecha (que le generó cojera) y restos de metralla en la izquierda (por los duros días en el ejército), una gran marca de melanoma en el pecho y una protuberancia en la parte izquierda de la cabeza, con entradas bastante notables.
El caso algo aberrante, solo le informaron de un asesinato.
Llegó al apartamento indicado, toda la zona estaba acordonada. Un olor a sangre invadía el edificio. Cuando el detective se atrevió a entrar se quedó estupefacto. Tan solo abrir la puerta, en el muro frente a esta, encontró a la víctima sentada en el suelo. El cráneo de la víctima estaba totalmente aplastado, sin embargo, algo desconcertante era el motivo del gran charco de sangre a la derecha de la víctima: su brazo había sido extirpado.
Investigaron lo que pudieron pero no encontraron mucho, el apartamento sin dueño y sin testigos ni ruidos extraños oídos por los vecinos, por lo que los agentes se retiraron.
Al día siguiente nuevo aviso. Santana acudió a la escena y se encontró a la segunda víctima de ese psicópata. Un señor que rondaba los 50, sin motivo de muerte visible menos la falta del brazo izquierdo de este. Sin mucho que poder hacer, entre rabia e impotencia, esperó al aviso del día siguiente.
El detective intentó abrir la puerta, pero requirió de tumbarla ya que un bastón la atrancaba. Sin embargo, no sirvió de mucho el esfuerzo porque la tercera víctima se hallaba muerta en el suelo. Otro hombre que rondaba los 45, sin la pierna derecha. Puto asesino enfermo.
El cuarto día, dentro de esa semana infernal, avisaron de la cuarta víctima del asesino en serie. Macho de la misma edad que los anteriores, sin pierna izquierda esta vez, muerto por herida de bala.
Siguiente día, siguiente víctima, algo más preocupante. Mismo sexo, misma edad, ¿la unica diferencia? No había torso. Los brazos y piernas estaban colocados como si el torso no hubiese desaparecido.
Sexto día, rezando porque sea el último. Hombre de 50 años sin cabeza. Se encontró en un apartamento sin nombre con múltiples objetos dentro del torso. Se le notaban a simple vista, algo enfermizo.
Santana solicitó unos días de descanso. Sin embargo, al día siguiente recibió una llamada de uno de sus compañeros: se habían encontrado las partes desaparecidas de las víctimas. Un brazo con dos dedos rotos en la mano derecha, una gran marca de la vacuna de la viruela en el brazo izquierdo, la cicatriz de una operación en la pierna derecha, restos de metralla en la izquierda, una gran marca de melanoma en el torso perdido y una protuberancia en la parte izquierda de la cabeza desaparecida. Después, todo negro.