Sombras del pasado
Luis Domínguez Domínguez | Capitán Italia

«¿Me merezco esto?». Esa es la pregunta que suena en la mente de Duggan. Se encuentra sentado en su mugroso salón, con un vaso en la mano mientras observa la luz del brillante cartel de neón del otro lado de la calle pintar el aire a través de las rendijas de la persiana.

Son las 23:05. Una pareja camina hacia el parque. Bajo la luz de la farola, un hombre con una maleta enciende un cigarro.

Duggan deja el vaso en el suelo, junto al sillón destrozado en el que se sienta. Estira sus renqueantes huesos para alcanzar una foto, la foto de aquella mujer a la que tanto había adorado. Se conocieron hace toda una vida, pero ni cincuenta vidas hubieran bastado para olvidar el calor que producía en su corazón el abrazo de aquella mujer, la sensación de que el mundo se paraba, de que todo en su vida le había conducido a aquel amor.

23:07. Un sedán verde aparca frente al edificio. Un tipo con abrigo largo se baja.
–¿Me das uno de esos? –indica al del cigarro. Sin pronunciar palabra, el otro hurga en su bolsillo y extrae una hermosa pitillera plateada con letras grabadas. «K.L».

Duggan acaricia con el pulgar la foto. La cara de la mujer ha desaparecido del papel, arrancada por él mismo en un ataque de furia. Entre las sombras de la habitación parece volver a verse con ella, bailando en el club en el verano del año anterior, flotando entre compases de mambo, valses, charlestón y lentas baladas bajo la luz de la luna de Pensacola. Se regocija con la imagen mental del cabello moreno de ella iluminado por el atardecer de las playas de Acapulco y siente un amargo pinchazo en el pecho al pensar en la partida de ella en la estación. Sin duda se lo merece.

23:10. Los dos fumadores entran al edificio. Ascensor averiado. Escalera de servicio pues. Primer piso, segundo, tercero… El individuo del coche comprueba la hora en su reloj.

Duggan se levanta de su sillón para poner el tocadiscos. Tommy Dorsey. Lo habían bailado en su primera noche juntos. ¿Se sirve otra copa o…? Narices, para lo que queda ya coge la botella entera.

23:12. Ambos individuos llegan al cuarto piso. Puerta 410. Uno abre su maleta y extrae un fardo envuelto en trapos. El otro prepara su ganzúa.

El pobre Duggan sigue pensando en su amor perdido. Recuerda el calor de sus besos, la ternura de sus abrazos, la suavidad de su piel… Si, la piel de Kitty era muy suave. Incluso cuando Duggan tenía sus manos alrededor de su yugular era muy suave. Incluso horas después, fría, lo que quedaba de la señorita Lancaster seguía siendo muy suave.

El bombín de la cerradura ha saltado. La puerta se abre. Duggan no se gira, sólo pregunta a la oscuridad.
–¿Kitty?
No obtiene respuesta. John Lancaster vacía el cargador del arma abatiendo al borracho. Se hace el silencio.